Consecuencias
[I]
—¿Queda alguna cerveza?
—No, ésta era la última. —sonrió y, seguido de una risa socarrona, terminó de un trago aquella cerveza que se le estaba resistiendo.
—Bueno, creo que ya voy bien, así que… —Jon se echó hacia atrás, sentado en una silla de playa que poco tenía que ver con el aspecto invernal de aquel pequeño jardín trasero. Pero desde allí las vistas eran buenas. Detrás de la verja desvencijada: un lago helado, árboles pelados por el hielo y sendos nubarrones que anunciaban una buena tormenta de nieve.
Iban abrigados hasta los dientes, con buenos chaquetones, gorros y guantes. Y aun así, el frío de aquel país lograba atenazar sus huesos hasta dejarlos casi congelados. Nathan dejó en la nevera (que no necesitaba hielos para mantenerse helada) la botella vacía y luego miró a su amigo.
—¿Y bien?
—¿Qué? —Jon volvió la mirada hacia su amigo, que le miraba insistente. Sabía a qué se refería con esa pregunta, pero no estaba seguro de saber —o querer— contestar.
—Ibas a contarme algo, ¿no?
—No, no… Es complicado. —Volvió la mirada al frente, incapaz de permanecer mucho tiempo mirando al americano. Sabía algo que, de alguna forma, podía hacer sufrir a su amigo y eso, obviamente, era lo último que quería hacer en ese momento.
—No voy a insistir más, pero si es algo que debo saber y que me afecta, creo que merezco saberlo, ¿o no?
—Bueno, está bien, tienes razón. —Volvió a girarse hacia él y le miró con detenimiento. Tenía que decirlo de forma que no hiriese los sentimientos de Nathan: —Creo que Tarja está con alguien.
—¿Qué? —el americano frunció el ceño y negó con la cabeza, con media sonrisa dibujada en su rostro. —Lo dudo mucho, Jon… ¿con quién iba a estar?
—Pues… con alguien, tío. No sé, escuché a Woo hablar con ella, diciendo que sabía lo que estaba haciendo y que se apartara de su camino. —Se encogió de hombros y volvió a mirar hacia el lago, esta vez con la sensación de haberse quitado un peso de encima.
—Pero eso puede significar cualquier cosa, Jon. —Nathan alzó las cejas y volvió a sonreír, despreocupado. —De todos modos, hablaré con ella luego, ¿vale? Así nos quedamos tranquilos.—dijo, apoyando una mano sobre su hombro.
—Sí… bueno, será mejor que entremos, empieza a anochecer—el español se levantó de la silla de plástico y echó a caminar hacia el edificio. Nathan, por el contrario, permaneció allí durante unos minutos más. Si Woo se había dado cuenta de lo que ocurría y Jon sospechaba algo, todo podía irse al garete.
Decidido a hablar con Tarja, se levantó de la silla y siguió el camino que minutos atrás había hecho su mejor amigo. A esas horas de la noche sólo quedaban Hellä y Ginis en el salón y Kazuki y Kouji limpiando los platos. No tenía ganas de hablar con ninguno de ellos, por lo que subió las escaleras en silencio mientras se despojaba de la bufanda, el gorro y los guantes.
La habitación de Tarja siempre tenía un olor especial, una mezcla entre colonia fresca y ropa limpia, algo muy extraño teniendo en cuenta lo desordenada que era ella y el poco frescor que desprendía su persona. Aun así, a Nathan le gustaba estar allí con ella cuando nadie más en aquél edificio sabía lo que estaba sucediendo. Cuando entró en su cuarto la encontró tumbada en la cama, con el ordenador abierto sobre sus piernas, y la miró.
—¿Qué haces? ¿Te ha visto alguien? —dejó el ordenador sobre la cama y caminó deprisa hacia la puerta para cerrar con llave. —¿Estás loco o qué?
—Creo que Kazuki sabe que estamos juntos… Tarja, creo que deberíamos acabar con esto ya.
—¿Cómo? Se supone que… que yo quiero a Kazuki, ¿recuerdas?
—¡Me da igual, Tarja! —se sentó en el borde de la cama mientras se quitaba con cierta brusquedad el abrigo. —Tenemos que acabar con esto, quiero estar contigo libremente, sin que venga Jon a decirme que cree que estás saliendo con alguien… Me gustaría haberle dicho “¡sí, claro, está saliendo conmigo!”.
—Calla, calla… —tapó su boca con ambas manos y le miró con las cejas arqueadas, visiblemente consternada por aquellas declaraciones. Sus manos, siempre cálidas, se deslizaron por sus mejillas alzándole la cabeza. —Vale… tienes razón, no podemos continuar esto, lo sé. Pero tengo miedo.
—¿Miedo de qué? Kazuki es inofensivo… y qué quieres que te diga, preferiría no tener que compartir a mi novia con nadie más.
—Sabes bien que no estoy haciendo nada con él, no desde que empezamos a salir…
—¿Pretendes que me crea eso?
—¡Es cierto!
—No, no lo es. Y ya vale de mentiras estúpidas, sé que sigues con él y que no os pasáis las tardes charlando del tiempo, así que no me tomes por gilipollas, ¿de acuerdo? Si estoy haciendo esto es porque te has metido en mi cabeza como un puto tumor que no puedo extirpar, así que haz el favor de ser sincera conmigo. —apartó las manos de su rostro.
—¿Y qué quieres que haga?
—Quiero que vayas ahora mismo y acabes con él. Si no, yo paso de seguir con esto.
Ella asintió con la cabeza mientras observaba a Nathan decir aquellas palabras. Sonaban tan rudas en él que sabía que debía tomarlas en serio si no quería que su relación con el americano se terminara para siempre. Sin pensar mucho las consecuencias de aquello, cogió una chaqueta y salió de la habitación, dejando a Nathan atrás.
El pasillo estaba congelado, a diferencia de las habitaciones que tenían calefacción local. Allí hasta el aliento se hacía presente. Por las ventanas, Tarja pudo ver cómo había comenzado a nevar en silencio, lentamente. Ella debía ser como aquellos copos de nieve si no quería hacer daño a otra persona más en aquel lugar. ¿De verdad era como un tumor? Sin duda debía serlo.
La luz brillaba bajo la puerta de la habitación de Kazuki. No lo pensó dos veces y llamó con los nudillos antes de entrar, tomándose esa confianza como un último atrevimiento.
Kazuki estaba tumbado en la cama viendo la televisión, con el pijama, relajado, obviamente esperando a que Tarja apareciera para tener un último polvo antes de ir a dormir. Pero esa noche todo iba a ser muy diferente. Tarja se acercó a él y se cruzó de brazos, en un movimiento involuntario de rechazo hacia Kazuki.
—¿Qué pasa? —preguntó él. Apagó la televisión y miró a la chica, quien apenas se había acercado dos pasos hasta su cama.
—No quiero dormir contigo.
—Bueno… vale, pues no pasa nada. Otro día. —se encogió de hombros y la miró aún más confuso.
—No, no quiero hacerlo nunca más. —Ella le miró desafiante, apretando aún más los brazos bajo su pecho como si aquello fuese a hacerlo más fácil.
—¿A qué viene todo esto? —Kazuki se levantó y caminó hacia ella, pero antes de que pudiera dar un paso, ella ya había retrocedido.
—A que no quiero seguir con esto. Quiero cortar contigo. —Por un momento mantuvo su mirada con la de Kazuki, pero cierta sensación de culpabilidad hizo que la retirase a un lado.
—¿Por qué? Dame una razón… ¿Me he portado mal contigo? ¿Soy demasiado mayor para ti?
—No… ¡no! ¡Lo siento!
—¿El qué?
—Soy un tumor ¿vale?
—¿Qué estás diciendo, Tarja? —se acercó a ella y apoyó las manos sobre sus hombros. —Mírame, ¿Qué demonios te ocurre? ¿Por qué dices eso ahora?
—Porque de verdad lo soy…
—Hay alguien más ¿verdad? —Tarja desvió la mirada hacia la cama. —Mírame, Tarja…
—Lo siento…
—Mírame… —ella le miró, fijando aquellos ojos grises en los azules del japonés. —Puedes decirme lo que quieras, deberías saberlo. Preferiría que me lo hubieses contado cuando empezó todo en lugar de mentirme…
—Quería hacerlo… pero pensé que tal vez, te enfadarías conmigo si te decía que…
—¿El qué? ¿Qué te has enamorado de alguien? Tarja… —subió sus manos hasta sus mejillas y suspiró. —Ojalá me lo hubieses dicho antes… así habríamos terminado con esto de una vez por todas.
Sus ojos grises pronto se inundaron de lágrimas. La amabilidad de Kazuki siempre le había parecido excesiva, pero en aquel momento le hacía daño. Hubiese preferido cuatro gritos y un portazo a aquello. Al verla así, el japonés rodeó sus hombros con los brazos y la estrechó contra él. Sin duda iba a echarla de menos, después de tanto tiempo descubriendo su cuerpo en la oscuridad, y de algún modo, desafiando aquella soledad que siempre le perseguía. Y es que al final, siempre terminaba terriblemente solo.
*
Después de despedirse de la joven finlandesa, Kazu solo podía pensar en una persona. Sí era verdad que él estaba solo, que Tarja había sido un error y que había suplido esa necesidad de compañía que le había dejado Woo después de irse de casa. También era verdad que Tarja había cambiado lo suficiente como para admitir que era alguien perjudicial para los demás.
Cogió su móvil y marco un número de teléfono. Sabía que con aquella llamada perdida, la única persona que le quedaba en aquel lugar y en quien podía confiar para acabar con esa soledad se presentaría en su habitación en escasos segundos.
La puerta no tardó en abrirse y por ella, entró aquel joven que siempre estaba ahí para él.
--Tengo la noche libre ¿y tú? —Kazuki miró a Woo con fijación, esperando que él comprendiera sin tener que mediar demasiadas palabras que ya le tenía para él y que, de alguna forma, había ganado la partida.
—No, ésta era la última. —sonrió y, seguido de una risa socarrona, terminó de un trago aquella cerveza que se le estaba resistiendo.
—Bueno, creo que ya voy bien, así que… —Jon se echó hacia atrás, sentado en una silla de playa que poco tenía que ver con el aspecto invernal de aquel pequeño jardín trasero. Pero desde allí las vistas eran buenas. Detrás de la verja desvencijada: un lago helado, árboles pelados por el hielo y sendos nubarrones que anunciaban una buena tormenta de nieve.
Iban abrigados hasta los dientes, con buenos chaquetones, gorros y guantes. Y aun así, el frío de aquel país lograba atenazar sus huesos hasta dejarlos casi congelados. Nathan dejó en la nevera (que no necesitaba hielos para mantenerse helada) la botella vacía y luego miró a su amigo.
—¿Y bien?
—¿Qué? —Jon volvió la mirada hacia su amigo, que le miraba insistente. Sabía a qué se refería con esa pregunta, pero no estaba seguro de saber —o querer— contestar.
—Ibas a contarme algo, ¿no?
—No, no… Es complicado. —Volvió la mirada al frente, incapaz de permanecer mucho tiempo mirando al americano. Sabía algo que, de alguna forma, podía hacer sufrir a su amigo y eso, obviamente, era lo último que quería hacer en ese momento.
—No voy a insistir más, pero si es algo que debo saber y que me afecta, creo que merezco saberlo, ¿o no?
—Bueno, está bien, tienes razón. —Volvió a girarse hacia él y le miró con detenimiento. Tenía que decirlo de forma que no hiriese los sentimientos de Nathan: —Creo que Tarja está con alguien.
—¿Qué? —el americano frunció el ceño y negó con la cabeza, con media sonrisa dibujada en su rostro. —Lo dudo mucho, Jon… ¿con quién iba a estar?
—Pues… con alguien, tío. No sé, escuché a Woo hablar con ella, diciendo que sabía lo que estaba haciendo y que se apartara de su camino. —Se encogió de hombros y volvió a mirar hacia el lago, esta vez con la sensación de haberse quitado un peso de encima.
—Pero eso puede significar cualquier cosa, Jon. —Nathan alzó las cejas y volvió a sonreír, despreocupado. —De todos modos, hablaré con ella luego, ¿vale? Así nos quedamos tranquilos.—dijo, apoyando una mano sobre su hombro.
—Sí… bueno, será mejor que entremos, empieza a anochecer—el español se levantó de la silla de plástico y echó a caminar hacia el edificio. Nathan, por el contrario, permaneció allí durante unos minutos más. Si Woo se había dado cuenta de lo que ocurría y Jon sospechaba algo, todo podía irse al garete.
Decidido a hablar con Tarja, se levantó de la silla y siguió el camino que minutos atrás había hecho su mejor amigo. A esas horas de la noche sólo quedaban Hellä y Ginis en el salón y Kazuki y Kouji limpiando los platos. No tenía ganas de hablar con ninguno de ellos, por lo que subió las escaleras en silencio mientras se despojaba de la bufanda, el gorro y los guantes.
La habitación de Tarja siempre tenía un olor especial, una mezcla entre colonia fresca y ropa limpia, algo muy extraño teniendo en cuenta lo desordenada que era ella y el poco frescor que desprendía su persona. Aun así, a Nathan le gustaba estar allí con ella cuando nadie más en aquél edificio sabía lo que estaba sucediendo. Cuando entró en su cuarto la encontró tumbada en la cama, con el ordenador abierto sobre sus piernas, y la miró.
—¿Qué haces? ¿Te ha visto alguien? —dejó el ordenador sobre la cama y caminó deprisa hacia la puerta para cerrar con llave. —¿Estás loco o qué?
—Creo que Kazuki sabe que estamos juntos… Tarja, creo que deberíamos acabar con esto ya.
—¿Cómo? Se supone que… que yo quiero a Kazuki, ¿recuerdas?
—¡Me da igual, Tarja! —se sentó en el borde de la cama mientras se quitaba con cierta brusquedad el abrigo. —Tenemos que acabar con esto, quiero estar contigo libremente, sin que venga Jon a decirme que cree que estás saliendo con alguien… Me gustaría haberle dicho “¡sí, claro, está saliendo conmigo!”.
—Calla, calla… —tapó su boca con ambas manos y le miró con las cejas arqueadas, visiblemente consternada por aquellas declaraciones. Sus manos, siempre cálidas, se deslizaron por sus mejillas alzándole la cabeza. —Vale… tienes razón, no podemos continuar esto, lo sé. Pero tengo miedo.
—¿Miedo de qué? Kazuki es inofensivo… y qué quieres que te diga, preferiría no tener que compartir a mi novia con nadie más.
—Sabes bien que no estoy haciendo nada con él, no desde que empezamos a salir…
—¿Pretendes que me crea eso?
—¡Es cierto!
—No, no lo es. Y ya vale de mentiras estúpidas, sé que sigues con él y que no os pasáis las tardes charlando del tiempo, así que no me tomes por gilipollas, ¿de acuerdo? Si estoy haciendo esto es porque te has metido en mi cabeza como un puto tumor que no puedo extirpar, así que haz el favor de ser sincera conmigo. —apartó las manos de su rostro.
—¿Y qué quieres que haga?
—Quiero que vayas ahora mismo y acabes con él. Si no, yo paso de seguir con esto.
Ella asintió con la cabeza mientras observaba a Nathan decir aquellas palabras. Sonaban tan rudas en él que sabía que debía tomarlas en serio si no quería que su relación con el americano se terminara para siempre. Sin pensar mucho las consecuencias de aquello, cogió una chaqueta y salió de la habitación, dejando a Nathan atrás.
El pasillo estaba congelado, a diferencia de las habitaciones que tenían calefacción local. Allí hasta el aliento se hacía presente. Por las ventanas, Tarja pudo ver cómo había comenzado a nevar en silencio, lentamente. Ella debía ser como aquellos copos de nieve si no quería hacer daño a otra persona más en aquel lugar. ¿De verdad era como un tumor? Sin duda debía serlo.
La luz brillaba bajo la puerta de la habitación de Kazuki. No lo pensó dos veces y llamó con los nudillos antes de entrar, tomándose esa confianza como un último atrevimiento.
Kazuki estaba tumbado en la cama viendo la televisión, con el pijama, relajado, obviamente esperando a que Tarja apareciera para tener un último polvo antes de ir a dormir. Pero esa noche todo iba a ser muy diferente. Tarja se acercó a él y se cruzó de brazos, en un movimiento involuntario de rechazo hacia Kazuki.
—¿Qué pasa? —preguntó él. Apagó la televisión y miró a la chica, quien apenas se había acercado dos pasos hasta su cama.
—No quiero dormir contigo.
—Bueno… vale, pues no pasa nada. Otro día. —se encogió de hombros y la miró aún más confuso.
—No, no quiero hacerlo nunca más. —Ella le miró desafiante, apretando aún más los brazos bajo su pecho como si aquello fuese a hacerlo más fácil.
—¿A qué viene todo esto? —Kazuki se levantó y caminó hacia ella, pero antes de que pudiera dar un paso, ella ya había retrocedido.
—A que no quiero seguir con esto. Quiero cortar contigo. —Por un momento mantuvo su mirada con la de Kazuki, pero cierta sensación de culpabilidad hizo que la retirase a un lado.
—¿Por qué? Dame una razón… ¿Me he portado mal contigo? ¿Soy demasiado mayor para ti?
—No… ¡no! ¡Lo siento!
—¿El qué?
—Soy un tumor ¿vale?
—¿Qué estás diciendo, Tarja? —se acercó a ella y apoyó las manos sobre sus hombros. —Mírame, ¿Qué demonios te ocurre? ¿Por qué dices eso ahora?
—Porque de verdad lo soy…
—Hay alguien más ¿verdad? —Tarja desvió la mirada hacia la cama. —Mírame, Tarja…
—Lo siento…
—Mírame… —ella le miró, fijando aquellos ojos grises en los azules del japonés. —Puedes decirme lo que quieras, deberías saberlo. Preferiría que me lo hubieses contado cuando empezó todo en lugar de mentirme…
—Quería hacerlo… pero pensé que tal vez, te enfadarías conmigo si te decía que…
—¿El qué? ¿Qué te has enamorado de alguien? Tarja… —subió sus manos hasta sus mejillas y suspiró. —Ojalá me lo hubieses dicho antes… así habríamos terminado con esto de una vez por todas.
Sus ojos grises pronto se inundaron de lágrimas. La amabilidad de Kazuki siempre le había parecido excesiva, pero en aquel momento le hacía daño. Hubiese preferido cuatro gritos y un portazo a aquello. Al verla así, el japonés rodeó sus hombros con los brazos y la estrechó contra él. Sin duda iba a echarla de menos, después de tanto tiempo descubriendo su cuerpo en la oscuridad, y de algún modo, desafiando aquella soledad que siempre le perseguía. Y es que al final, siempre terminaba terriblemente solo.
*
Después de despedirse de la joven finlandesa, Kazu solo podía pensar en una persona. Sí era verdad que él estaba solo, que Tarja había sido un error y que había suplido esa necesidad de compañía que le había dejado Woo después de irse de casa. También era verdad que Tarja había cambiado lo suficiente como para admitir que era alguien perjudicial para los demás.
Cogió su móvil y marco un número de teléfono. Sabía que con aquella llamada perdida, la única persona que le quedaba en aquel lugar y en quien podía confiar para acabar con esa soledad se presentaría en su habitación en escasos segundos.
La puerta no tardó en abrirse y por ella, entró aquel joven que siempre estaba ahí para él.
--Tengo la noche libre ¿y tú? —Kazuki miró a Woo con fijación, esperando que él comprendiera sin tener que mediar demasiadas palabras que ya le tenía para él y que, de alguna forma, había ganado la partida.
[II]
Las palabras del mayor detuvieron en el umbral al coreano al menos medio minuto más. Decir que los acontecimientos no lo habían pillado desprevenido era cierto; decir, no obstante, que se los esperaba tan pronto, sí. Durante un instante miró a su alrededor: el metódico orden que siempre había caracterizado al hombre tumbado en la cama seguía haciendo acto de presencia a pesar del paso del tiempo. El ambiente, sin embargo, estaba algo cargado y enrarecido y mientras el más joven empezaba a desvestirse sin pudor alguno, una sonrisilla taimada apareció en sus labios. Estaba dispuesto a cambiar esa toxicidad por algo mucho, mucho más práctico.
—En realidad tenía cosas que hacer... Pero haré una excepción por ser tú. —Se descalzó, se quitó los pantalones y acercándose tan solo con la ropa interior, alzó las mantas y le dio varios golpecitos al mayor con la mano para poder meterse debajo. "Hazme hueco".
—Hmm... Así que he ganado, ¿eh? —Dijo seguidamente, y rió, porque el coreano no era quien era si no reía tras cada frase pronunciada.
En condiciones normales, y contagiado por esa jovialidad que gritaba a espuertas "me adoro a mí mismo", Kazuki habría sonreído. En ese momento sólo suspiró, resignado, sabiendo que lo que se estaba sorteando como premio no era otra cosa que una de sus relaciones personales. Qué menos que hacer que no se la tomara tan a la ligera.
Se desvistió él también despacio y contenido y cuando hubo terminado, sin darle tiempo a su compañero de cama, se colocó a horcajadas sobre él y le miró con sus intensos ojos azules.
—Has ganado. ¿Contento?
—Más que nunca. —El coreano le respondió con una sonrisa que iluminó sus ojos rasgados. No había nada bueno en ese gesto, sino más bien el disfrute de una sensación de secreto triunfo; miel en los labios—: Gritaría de felicidad si no temiera despertar a toda la casa. Hmm... ¿puedo hacerlo?
—¡NO! ¡Cállate!
Las siguientes carcajadas quedaron opacadas por unos dedos un tanto apretados que, contra todo pronóstico, fueron aflojando la presión paulatinamente bajo la intensidad de una mirada y la pasión de unas manos que ya empezaban a delinear su cuerpo.
*
Las figuras se recortaban a contraluz en la oscuridad de la habitación pero no se movían. No habían pasado ni dos minutos desde que terminaran, desde que sus cuerpos cayeran, finalmente, vencidos tras el ejercicio realizado. Las respiraciones aún eran aceleradas y la habitación había acabado, si acaso, algo más desordenada que al principio. Gajes del oficio.
—¡Joder! —La voz del menor quebró el aire calmo de la habitación con una nueva risotada. Hablaba en voz baja, no obstante, como si la quietud reinante le impusiera un poco. Probablemente lo hiciera—: ¡Sí que estabas ansioso, grandullón!
—No estaba ansioso—: Estirándose cuan largo era desde donde estaba y con el revoltoso coreano "intentando encontrar la postura a su lado", cogió un paquete de cigarrillos y se encendió uno con naturalidad. Luego mulló la almohada y se dejó caer sobre ella con la pesadez que da la satisfacción por uno mismo. Woo no tardó en subírsele por encima mientras parloteaba algo como "ya, ya, como tú digas" y más acerca de un mechero pero el tiempo había dado a Kazuki la sabiduría y la paciencia de poder obviar esos gestos sin perder los nervios. Menos mal... o habría acabado volviéndose loco—: Tú sí que lo estabas... has aparecido en mi puerta en menos de un minuto.
—¡Eh! ¡Sólo he acudido a tu llamada de socorro! ¡Deberías estarme agradecido! —Woo le arrebató el cigarrillo a Kazuki y le dio una profunda calada. Llegó hasta a suspirar: sexo y tabaco, perfecta combinación. Sonrió, dio otra calada y se apoyó sobre el pecho del mayor con los ojos cerrados y relajado. Era difícil verlo así. Era aún más difícil disfrutarle así. Y era imposible que se quedara así más de dos segundos seguidos.
Se incorporó sobre un codo y estudió el semblante del japonés.
—Aún no comprendo cómo has podido aguantar tanto tiempo con la fea ésa.
Si Kazuki no lo conociera, ya habría clamado al cielo porque cayera un rayo y fulminara a su compañero de cama. Por suerte lo conocía y ya sólo clamaba porque "algo" lo fulminara. Tiempo al tiempo: el mayor estaba convencido de que la hiperactividad del coreano disminuiría con un par de años más... Tenía esa esperanza. Suspiró.
—Cuando estás hasta el fondo de mierda, es difícil salir de ahí. Y deja de llamarla fea.
—¡Y tú deja de defenderla! ¡No ganas nada siendo tan condescendiente, joder! ¿Qué te pasa? ¡Ésa niñata tenía que follar de vicio para haberte comido la cabeza de esta forma!
—¡No hables así de ella, Woo! —Kazuki raras veces alzaba la voz así que cuando lo hacía, sus palabras solían tener el efecto deseado. En ese momento, si bien consiguieron acallar la réplica que ya se formaba en boca del coreano, no consiguieron opacar el extraño brillo de sus ojos y esa expresión en su rostro que rezaba claramente "vete a la mierda". Woo no se lo diría con palabras, no en ese momento, pero su enojo fue tan patente que el mayor tuvo que suspirar de nuevo e intentar suavizar el conflicto recién formado. Nunca le había gustado discutir con él: —Deberías tener un poco de respeto por tus compañeros, para variar.
—¿Ahora hablas por todos? Ya sabes lo que pienso de ellos. Desde el primer día. —El aire enojado no desapareció del semblante de Woo mientras fumaba con tranquilidad. Dibujó un par de círculos con el humo, tumbado boca arriba y acariciándose con las yemas de los dedos el pecho desnudo, sin mirar a Kazuki aunque sin poder dejar de sentir sus ojos azules sobre sí mismo. Cuando se giró, la llama de la diversión que siempre ardía en sus facciones se había apagado por completo.
Iba a hablar pero se detuvo. No era necesario poner en voz alta unos pensamientos que ambos sabían. Kazuki suspiró, Woo cerró los ojos y le dio la espalda en la cama. El ambiente no era tóxico pero sí enrarecido y la tensión se palpaba en el aire. El mayor no le había llamado para eso. En absoluto.
Pero Woo empezó a hablar de repente:
—Sólo me preocupo por ti, grandullón.
Y Kazuki sonrió porque sabía que era cierto, porque Woo estaba siendo sincero cuando una de las cosas más difíciles de su vida era ser sincero cuando debía serlo. La fachada de Woo estaba erigida demasiado bien, tanto que hasta a Kazuki le costaba comprender en realidad qué era lo que se ocultaba debajo. Ver, de pronto, algo de ese interior tan infranqueable era como verle las cartas a un adversario en el póker y descubrir y asumir que no había victoria posible. Sólo había dos formas de actuar frente a eso: propiciar un descubrimiento mayor o volver a taparlo con cemento. Kazuki optó por lo segundo.
Era más sencillo. Era más liviano.
Y su sonrisa se amplió.
—Tú nunca te preocupas por nadie, Woo.