Cotilleos
No llevaba en Kaleidoscope ni medio año y Tarja ya había obtenido el primer puesto de las chicas que más tiempo habían soportado a Didier en toda su vida (sin contar a su madre). No es que tratase mal a las chicas, es que su egocentrismo y su desvergüenza irritaban a cualquiera y a pesar de todo, allí seguía ella, como si el francés fuese su único confidente en aquél lugar de mala madre.
–¡Pero que me dices! ¿Estás segura de eso?
–Por supuesto ¿qué te crees? Yo no me invento las cosas –se cruzó de brazos y se echó hacia atrás sobre la silla de la cocina.
En ese momento estaban solo ellos en la planta baja. Didier aprovechaba cada momento con ella para enterarse de todos los chascarrillos que ocurrían en el lugar, y lo cierto es que no eran pocos. Por alguna razón, Tarja era la persona más odiada de aquél lugar y en contra de todo pronóstico, conocía cada detalle de los inquilinos del edificio. Así que, ni corto ni perezoso, el francés se hacía con esos secretos para tener armas secretas con las que defenderse, si se diera el caso.
La cocina estaba limpia y todavía se percibía cierto deje a jabón y lejía, pues no hacía ni media hora que Kazuki había limpiado y fregado para todos. Sobre la mesa, dos tazas de café humeante y un cenicero con restos de un cigarro inacabado.
–Pues siempre había pensado que la vikinga estaba con el esmirriao’. En serio ¿por qué tenéis nombres tan complicados? Mon dieu…
Tarja no pudo evitar una exclamación ante aquellos motes y después sendas carcajadas que hicieron eco en la cocina desierta. Didier sonrió ante aquella reacción, pues pocas veces se podía ver reír a aquella chica, de la que tampoco se acordaba del nombre y a la que, entre los chicos, solía apodarla como “la arpía”. Y es que no se podía decir otra cosa de aquella mujer, tan preciosa y a la vez tan aterradora. Sin duda, aquellos ojos tan claros como el hielo no podían esconder nada bueno.
–¿Y qué me dices de ti? Puede que sea nuevo, pero entiendo que antes de Nathan hubo alguien más…
Ella encogió sus esqueléticos hombros y luego miró el cenicero y la colilla solitaria. –Puede ser, pero no te importa.
–Pues me importa bastante, la verdad –dijo él, tomando con cuidado la taza que todavía quemaba, para dar un par de sorbos al café– No es que tú me importes, pero ya sabes que no me resisto a un buen cotilleo.
Tarja negó con la cabeza, en un ademán claramente oportuno. Aquel muchacho era insoportable y cada vez que abría la boca subía el pan. El pelo ligeramente más largo por la frente caía, para colmo, en ridículos rizos perfectos, como si llevar ropa de mujer no fuese suficiente para él. Por un momento Tarja observó a su compañero de charla sin saber que contestar, hasta que por la puerta de la cocina asomó un Jon demasiado dormido como para entender que cierta incomodidad se palpaba en el ambiente.
–Uf, qué bien, café… –cual zombi, se arrastró descalzo por la cocina hasta alcanzar con la mano la taza de Tarja, quien al ver que se disponía a gorronear una vez más, no dejó pasar la oportunidad de apartar la mano del español con una sonora palmada.
–Joder, Tarja… ¿No me ves? Mírame, mírame… necesito café, estoy desnutrido, sin droga… –se acercó hasta el rostro de la chica, pegando la frente con la suya y rozando su nariz. –No seas cruel conmigo.
–Oh, sí, voy a ser muy cruel y no te voy a dar mí café. Prepárate tu el tuyo, moreno.
–¿Moreno? No será Jon el que te conquistó antes que Nathan ¿verdad?
–¡Didi! ¿te puedes callar la bocaza? –Tarja se levantó de la silla como un resorte y miró a Jon esperando una reacción catastrófica. Pero ésta no llego. El joven de rastas tenía mejores cosas en las que pensar mientras intentaba averiguar el mecanismo de apertura del bote de azúcar.
–¿Eres tan tonto que no sabes abrir este bote? –la voz de Woo resonó en la cocina, y automáticamente Jon giró la cabeza hacia su héroe particular. El coreano alcanzó el bote de cristal con una mano y se lo abrió, mientras con una sutil pirueta se sentó sobre la encimera. –¿De qué habláis?
–Tarja y su pasado. Sinceramente, creo que Jon es el perfecto candidato… –Didier dio el último sorbo al café y se levantó para fregar la taza.
–¿Yo?
–¿Jon? –contestó Woo, sonriéndose maliciosamente mientras miraba a la joven, quien a punto de explotar, le dedicó un gesto obsceno con su dedo corazón.
–No le hagas caso, Jon. Ya sabes cómo es Didi… –cruzada de brazos esperó no tener que sostener más aquella conversación con esos tres estúpidos. Si el uno era un gay insoportable, el otro era la cucaracha coreana más odiosa de la casa, sin duda, le pisotearía con gran satisfacción. –Siempre se está inventando cosas.
–Yo no me invento cosas, cherie. Estoy segurísimo de que una hermosura como tú, ha dejado una larga cola de corazones rotos por el mundo…
–Yo también estoy seguro de eso, Didi, incluso yo he pensado a veces… bueno, ya sabéis, esas cosas todo el mundo las piensa ¿no? –completamente sonrojado, Jon escondió la cabeza tras la puerta del microondas.
–¿En qué cosas piensas, Jon? Ilumínanos –Kouji entró en la cocina, donde casi no cabían más personas de las que allí se encontraban. Didier fregaba la taza de su café y la de Tarja, mientras que Jon, aún avergonzado por su comentario, seguía escondido mirando los dígitos del reloj del microondas con fijación. Woo en cambio, se divertía soberanamente viendo como la joven finlandesa no lograba salir del atolladero.
–Piensa en lo mucho que le gustaría tirarse a Tarja una noche de estas –comentó Woo resoluto, orgulloso de la risa general masculina que inundó la habitación. Los gritos desesperados de Tarja por negar aquello, le divertían aún más.
Kouji, que a diferencia de Jon y Didier, no aguantaba a la morena, decidió ignorar sus comentarios y sentarse en la mesa, ahora desocupada. El francés, en cambio, se relamía de curiosidad. –¿Y qué hay de ti, Hirohito?
–¿En serio? ¿Hirohito? ¿No tenías nada mejor? –Kouji miró al francés con cierto desdén, pero luego negó con la cabeza, convencido–. Conmigo no tiene nada que hacer…
Aquello hizo cabrear aún más a la joven. Si encima de facilona ahora la tachaban de difícil, ¿qué más podía aguantar? Todos la observaban con cierta malicia en los ojos, pues todos habían caído en la cuenta de que por primera vez en mucho tiempo, habían logrado desestabilizarla. Sin duda, aquello era un hecho histórico en Kaleidoscope. Incluso Jon, quien ya había logrado poner en marcha el microondas, la miraba sin comprender por qué no se defendía como solía hacerlo. Era una muchacha más fuerte que muchos de los allí presentes, y aún así, la sola idea de verse indefensa y sin argumentos la asustaba sobremanera.
Después de un pequeño silencio colectivo, los pasos de una última persona llegaron a la cocina y Kazuki asomó su presencia con aspecto cansado.
–¿Qué hacéis todos aquí?
–Hablamos de Tarja –contestó Didier, como siempre.
–¿Ah sí? –el japonés miró a la chica de reojo. Con cierta incomodidad, metió las manos en los bolsos de la sudadera y luego miró a los demás. –¿Y qué tiene ella de especial?
–Creemos que alguno de los aquí presentes, ha tenido cierta relación con Talía antes de estar con Nathan –contestó una vez más Didier.
–A mí en verdad, me da igual –replicó Kouji, balanceándose peligrosamente con la silla, donde antes había estado sentada la misma Tarja.
Kazuki asintió lentamente y luego miró a Tarja. –Creo que Nathan te estaba buscando, será mejor que vayas…
Durante unos segundos sus miradas se encontraron. Un momento fugaz, mágico, en el que pudieron decirse todo lo que necesitaban. No hicieron falta más palabras. Una vez más, Kazuki supo rescatarla. Una vez más, fueron cómplices de lo que había existido entre ambos y supieron que su secreto estaba a salvo. O eso creían.
Cuando se hubo marchado, solo quedó el silencio… hasta que Jon lo rompió:
–¿Alguien ha visto a Inna?
–¡Pero que me dices! ¿Estás segura de eso?
–Por supuesto ¿qué te crees? Yo no me invento las cosas –se cruzó de brazos y se echó hacia atrás sobre la silla de la cocina.
En ese momento estaban solo ellos en la planta baja. Didier aprovechaba cada momento con ella para enterarse de todos los chascarrillos que ocurrían en el lugar, y lo cierto es que no eran pocos. Por alguna razón, Tarja era la persona más odiada de aquél lugar y en contra de todo pronóstico, conocía cada detalle de los inquilinos del edificio. Así que, ni corto ni perezoso, el francés se hacía con esos secretos para tener armas secretas con las que defenderse, si se diera el caso.
La cocina estaba limpia y todavía se percibía cierto deje a jabón y lejía, pues no hacía ni media hora que Kazuki había limpiado y fregado para todos. Sobre la mesa, dos tazas de café humeante y un cenicero con restos de un cigarro inacabado.
–Pues siempre había pensado que la vikinga estaba con el esmirriao’. En serio ¿por qué tenéis nombres tan complicados? Mon dieu…
Tarja no pudo evitar una exclamación ante aquellos motes y después sendas carcajadas que hicieron eco en la cocina desierta. Didier sonrió ante aquella reacción, pues pocas veces se podía ver reír a aquella chica, de la que tampoco se acordaba del nombre y a la que, entre los chicos, solía apodarla como “la arpía”. Y es que no se podía decir otra cosa de aquella mujer, tan preciosa y a la vez tan aterradora. Sin duda, aquellos ojos tan claros como el hielo no podían esconder nada bueno.
–¿Y qué me dices de ti? Puede que sea nuevo, pero entiendo que antes de Nathan hubo alguien más…
Ella encogió sus esqueléticos hombros y luego miró el cenicero y la colilla solitaria. –Puede ser, pero no te importa.
–Pues me importa bastante, la verdad –dijo él, tomando con cuidado la taza que todavía quemaba, para dar un par de sorbos al café– No es que tú me importes, pero ya sabes que no me resisto a un buen cotilleo.
Tarja negó con la cabeza, en un ademán claramente oportuno. Aquel muchacho era insoportable y cada vez que abría la boca subía el pan. El pelo ligeramente más largo por la frente caía, para colmo, en ridículos rizos perfectos, como si llevar ropa de mujer no fuese suficiente para él. Por un momento Tarja observó a su compañero de charla sin saber que contestar, hasta que por la puerta de la cocina asomó un Jon demasiado dormido como para entender que cierta incomodidad se palpaba en el ambiente.
–Uf, qué bien, café… –cual zombi, se arrastró descalzo por la cocina hasta alcanzar con la mano la taza de Tarja, quien al ver que se disponía a gorronear una vez más, no dejó pasar la oportunidad de apartar la mano del español con una sonora palmada.
–Joder, Tarja… ¿No me ves? Mírame, mírame… necesito café, estoy desnutrido, sin droga… –se acercó hasta el rostro de la chica, pegando la frente con la suya y rozando su nariz. –No seas cruel conmigo.
–Oh, sí, voy a ser muy cruel y no te voy a dar mí café. Prepárate tu el tuyo, moreno.
–¿Moreno? No será Jon el que te conquistó antes que Nathan ¿verdad?
–¡Didi! ¿te puedes callar la bocaza? –Tarja se levantó de la silla como un resorte y miró a Jon esperando una reacción catastrófica. Pero ésta no llego. El joven de rastas tenía mejores cosas en las que pensar mientras intentaba averiguar el mecanismo de apertura del bote de azúcar.
–¿Eres tan tonto que no sabes abrir este bote? –la voz de Woo resonó en la cocina, y automáticamente Jon giró la cabeza hacia su héroe particular. El coreano alcanzó el bote de cristal con una mano y se lo abrió, mientras con una sutil pirueta se sentó sobre la encimera. –¿De qué habláis?
–Tarja y su pasado. Sinceramente, creo que Jon es el perfecto candidato… –Didier dio el último sorbo al café y se levantó para fregar la taza.
–¿Yo?
–¿Jon? –contestó Woo, sonriéndose maliciosamente mientras miraba a la joven, quien a punto de explotar, le dedicó un gesto obsceno con su dedo corazón.
–No le hagas caso, Jon. Ya sabes cómo es Didi… –cruzada de brazos esperó no tener que sostener más aquella conversación con esos tres estúpidos. Si el uno era un gay insoportable, el otro era la cucaracha coreana más odiosa de la casa, sin duda, le pisotearía con gran satisfacción. –Siempre se está inventando cosas.
–Yo no me invento cosas, cherie. Estoy segurísimo de que una hermosura como tú, ha dejado una larga cola de corazones rotos por el mundo…
–Yo también estoy seguro de eso, Didi, incluso yo he pensado a veces… bueno, ya sabéis, esas cosas todo el mundo las piensa ¿no? –completamente sonrojado, Jon escondió la cabeza tras la puerta del microondas.
–¿En qué cosas piensas, Jon? Ilumínanos –Kouji entró en la cocina, donde casi no cabían más personas de las que allí se encontraban. Didier fregaba la taza de su café y la de Tarja, mientras que Jon, aún avergonzado por su comentario, seguía escondido mirando los dígitos del reloj del microondas con fijación. Woo en cambio, se divertía soberanamente viendo como la joven finlandesa no lograba salir del atolladero.
–Piensa en lo mucho que le gustaría tirarse a Tarja una noche de estas –comentó Woo resoluto, orgulloso de la risa general masculina que inundó la habitación. Los gritos desesperados de Tarja por negar aquello, le divertían aún más.
Kouji, que a diferencia de Jon y Didier, no aguantaba a la morena, decidió ignorar sus comentarios y sentarse en la mesa, ahora desocupada. El francés, en cambio, se relamía de curiosidad. –¿Y qué hay de ti, Hirohito?
–¿En serio? ¿Hirohito? ¿No tenías nada mejor? –Kouji miró al francés con cierto desdén, pero luego negó con la cabeza, convencido–. Conmigo no tiene nada que hacer…
Aquello hizo cabrear aún más a la joven. Si encima de facilona ahora la tachaban de difícil, ¿qué más podía aguantar? Todos la observaban con cierta malicia en los ojos, pues todos habían caído en la cuenta de que por primera vez en mucho tiempo, habían logrado desestabilizarla. Sin duda, aquello era un hecho histórico en Kaleidoscope. Incluso Jon, quien ya había logrado poner en marcha el microondas, la miraba sin comprender por qué no se defendía como solía hacerlo. Era una muchacha más fuerte que muchos de los allí presentes, y aún así, la sola idea de verse indefensa y sin argumentos la asustaba sobremanera.
Después de un pequeño silencio colectivo, los pasos de una última persona llegaron a la cocina y Kazuki asomó su presencia con aspecto cansado.
–¿Qué hacéis todos aquí?
–Hablamos de Tarja –contestó Didier, como siempre.
–¿Ah sí? –el japonés miró a la chica de reojo. Con cierta incomodidad, metió las manos en los bolsos de la sudadera y luego miró a los demás. –¿Y qué tiene ella de especial?
–Creemos que alguno de los aquí presentes, ha tenido cierta relación con Talía antes de estar con Nathan –contestó una vez más Didier.
–A mí en verdad, me da igual –replicó Kouji, balanceándose peligrosamente con la silla, donde antes había estado sentada la misma Tarja.
Kazuki asintió lentamente y luego miró a Tarja. –Creo que Nathan te estaba buscando, será mejor que vayas…
Durante unos segundos sus miradas se encontraron. Un momento fugaz, mágico, en el que pudieron decirse todo lo que necesitaban. No hicieron falta más palabras. Una vez más, Kazuki supo rescatarla. Una vez más, fueron cómplices de lo que había existido entre ambos y supieron que su secreto estaba a salvo. O eso creían.
Cuando se hubo marchado, solo quedó el silencio… hasta que Jon lo rompió:
–¿Alguien ha visto a Inna?