Decoupage
— ¡Jon! ¿Eres bobo o qué? —. Nathan
palmeó la mejilla del español con demasiado entusiasmo, pero de forma efectiva
para sacarlo de su ensimismamiento.
— ¿Qué pasa, tío?
— ¿Qué pasa? —. Suspiró y le enseñó la china que acababa de hacerse con el cigarro en la manga del abrigo. — ¿En qué piensas?
Jon frunció el ceño y miró a sus amigos. Ambos le miraban. Aquella mañana habían salido al patio trasero para fumarse unos cigarros mientras el resto de gente hacía las labores. Algo clásico, ellos siempre encontraban un motivo para hacer cabrear a Kazuki porque nunca estaban presentes cuando tocaba recoger. Pero lo cierto es que para Jon aquel momento era mucho más importante que recoger la mierda de los demás.
— No pienso en nada, me ha dado un momento filosófico.
Las risas de Nathan y Didier resonaron en el patio, y el joven de rastas extendió los brazos a la defensiva. — ¿Por qué os reís?
— Lo más filósofico que he escuchado salir de ti ha sido un pedo mientras dormías, Jon. Corta el rollo, ¿qué pensabas? —. Nathan se levantó de la silla y se estiró. Aquel día lucía el sol, a pesar del frío que hacía, era un día agradable y olía a una incipiente primavera. Las sillas de plástico de playa seguían allí a pesar de la lluvia, la nieve, el hielo y algunas plantas que brotaban cerca de las patas. El lugar estaba alejado de la urbe, pero no demasiado perdido de la mano de Dios.
— Eso, Jonathan, ¿qué pensabas? —. Didier llevaba aquel día un abrigo de un amarillo tan chillón que era imposible mirarle de frente sin quedarse ciego. Pero él decía que le había costado tanto como hubiese costado su riñón y por supuesto, era mucho más estiloso que las camisas de franela que siempre llevaba Nathan. — ¡No me lo digas! ¡Por fin eres macho!
— No me llamo así, idiota, me llamo Jon, sin el than ¿entiendes?
— Lo que sea, cherie. No me cambies de tema —. Repuso con su rin tintín francés.
Jon suspiró e imitó a Nathan, que le miraba con cierta curiosidad. Se cruzó de brazos y miró al horizonte como si aquella conversación no fuese con él. Pero muy dentro de él tenía claro que ambos sabían por qué estaba así y Didi tenía razón. Había una chica, una chica que jamás podría quererle. Con cierta resignación, miró a sus amigos y metió las manos en los bolsos del abrigo.
— No vais a sacarme nada, ni aunque me torturéis con vuestras preguntas. Es algo que tengo que llevar solo y no me apetece compartirlo con nadie… —. Miró a Nathan y notó un cierto deje de decepción en sus ojos.
— ¿Qué seriedad es esa? —. Didier terminó levantándose como habían hecho sus dos amigos y se acercó a ellos. — Y yo que pensé que por fin ibas a admitir tu amor por el coreano arigató.
— ¡Didi!
— ¿Qué? —. Su sonrisa estúpida invadió el rostro maquillado y negó con la cabeza. — Tenía toda la pinta…
— Pues no y no se llama arigató, joder. ¿Es qué no te importa nada?
— Jon… —. El americano puso una mano sobre el hombro de Jon y miró a Didier; con una mirada y una leve seña con la cabeza, le hizo entender al francés que era mejor que abandonase la posible escena del crimen. Así lo hizo, no sin antes lanzar un suspiro demasiado teatral que hizo enfurecer un poquito más a Jon.
Cuando el destello amarillo fosforito del abrigo de Didier hubo desaparecido por la puerta de atrás del edificio, Nathan se volvió a su amigo y sonrió. — Eres un idiota, lo sabes, ¿verdad?
— Puede que sí, pero es que no sabe los nombres de nadie, joder. ¿Se ha fijado en el suyo? Porque es una puta mierda, para empezar… además, yo no sé qué se piensa, si no tie…
— Jon, sabes que no me refiero a Didi —. El mayor metió las manos congeladas en los bolsillos de su trenca de lana gris y ladeó la cabeza, buscando con sus ojos la mirada de Jon. Cuando lo logró, alzó las cejas significativamente.
— He dicho que no quiero hablar del tema.
— ¿Pero por qué no? No lo entiendo, me cuentas todo, siempre…
— Ya lo sé, pero esta vez no es así. Lo siento Nathan… y por cierto, ¿sabes que Didi te llama Normand? —. Dejando esa pregunta en el aire, Jon sonrió y se alejó de allí mientras Nathan negaba con la cabeza.
— Sabes que algún día lo averiguaré ¿no? ¡A partir de ese día me pagarás todas las birras que me beba!
Una risa a carcajadas se perdió dentro del edificio tras cerrar la puerta. Cuando Nathan se vio solo por allí, echó un vistazo rápido al patio. No había nada destacable, excepto, para su sorpresa, un montón de papeles de decoupage.
— ¿Qué pasa, tío?
— ¿Qué pasa? —. Suspiró y le enseñó la china que acababa de hacerse con el cigarro en la manga del abrigo. — ¿En qué piensas?
Jon frunció el ceño y miró a sus amigos. Ambos le miraban. Aquella mañana habían salido al patio trasero para fumarse unos cigarros mientras el resto de gente hacía las labores. Algo clásico, ellos siempre encontraban un motivo para hacer cabrear a Kazuki porque nunca estaban presentes cuando tocaba recoger. Pero lo cierto es que para Jon aquel momento era mucho más importante que recoger la mierda de los demás.
— No pienso en nada, me ha dado un momento filosófico.
Las risas de Nathan y Didier resonaron en el patio, y el joven de rastas extendió los brazos a la defensiva. — ¿Por qué os reís?
— Lo más filósofico que he escuchado salir de ti ha sido un pedo mientras dormías, Jon. Corta el rollo, ¿qué pensabas? —. Nathan se levantó de la silla y se estiró. Aquel día lucía el sol, a pesar del frío que hacía, era un día agradable y olía a una incipiente primavera. Las sillas de plástico de playa seguían allí a pesar de la lluvia, la nieve, el hielo y algunas plantas que brotaban cerca de las patas. El lugar estaba alejado de la urbe, pero no demasiado perdido de la mano de Dios.
— Eso, Jonathan, ¿qué pensabas? —. Didier llevaba aquel día un abrigo de un amarillo tan chillón que era imposible mirarle de frente sin quedarse ciego. Pero él decía que le había costado tanto como hubiese costado su riñón y por supuesto, era mucho más estiloso que las camisas de franela que siempre llevaba Nathan. — ¡No me lo digas! ¡Por fin eres macho!
— No me llamo así, idiota, me llamo Jon, sin el than ¿entiendes?
— Lo que sea, cherie. No me cambies de tema —. Repuso con su rin tintín francés.
Jon suspiró e imitó a Nathan, que le miraba con cierta curiosidad. Se cruzó de brazos y miró al horizonte como si aquella conversación no fuese con él. Pero muy dentro de él tenía claro que ambos sabían por qué estaba así y Didi tenía razón. Había una chica, una chica que jamás podría quererle. Con cierta resignación, miró a sus amigos y metió las manos en los bolsos del abrigo.
— No vais a sacarme nada, ni aunque me torturéis con vuestras preguntas. Es algo que tengo que llevar solo y no me apetece compartirlo con nadie… —. Miró a Nathan y notó un cierto deje de decepción en sus ojos.
— ¿Qué seriedad es esa? —. Didier terminó levantándose como habían hecho sus dos amigos y se acercó a ellos. — Y yo que pensé que por fin ibas a admitir tu amor por el coreano arigató.
— ¡Didi!
— ¿Qué? —. Su sonrisa estúpida invadió el rostro maquillado y negó con la cabeza. — Tenía toda la pinta…
— Pues no y no se llama arigató, joder. ¿Es qué no te importa nada?
— Jon… —. El americano puso una mano sobre el hombro de Jon y miró a Didier; con una mirada y una leve seña con la cabeza, le hizo entender al francés que era mejor que abandonase la posible escena del crimen. Así lo hizo, no sin antes lanzar un suspiro demasiado teatral que hizo enfurecer un poquito más a Jon.
Cuando el destello amarillo fosforito del abrigo de Didier hubo desaparecido por la puerta de atrás del edificio, Nathan se volvió a su amigo y sonrió. — Eres un idiota, lo sabes, ¿verdad?
— Puede que sí, pero es que no sabe los nombres de nadie, joder. ¿Se ha fijado en el suyo? Porque es una puta mierda, para empezar… además, yo no sé qué se piensa, si no tie…
— Jon, sabes que no me refiero a Didi —. El mayor metió las manos congeladas en los bolsillos de su trenca de lana gris y ladeó la cabeza, buscando con sus ojos la mirada de Jon. Cuando lo logró, alzó las cejas significativamente.
— He dicho que no quiero hablar del tema.
— ¿Pero por qué no? No lo entiendo, me cuentas todo, siempre…
— Ya lo sé, pero esta vez no es así. Lo siento Nathan… y por cierto, ¿sabes que Didi te llama Normand? —. Dejando esa pregunta en el aire, Jon sonrió y se alejó de allí mientras Nathan negaba con la cabeza.
— Sabes que algún día lo averiguaré ¿no? ¡A partir de ese día me pagarás todas las birras que me beba!
Una risa a carcajadas se perdió dentro del edificio tras cerrar la puerta. Cuando Nathan se vio solo por allí, echó un vistazo rápido al patio. No había nada destacable, excepto, para su sorpresa, un montón de papeles de decoupage.