Canción
De qué forma había ido a parar a aquél parque ni ella misma lo sabía. Pero la sensación relajada de poder observar desde la lejanía de ese banco de madera desconchada al chico que, ajeno a toda mirada indiscreta, tocaba con la guitarra una canción desconocida para ella era cuanto menos agradable. Durante unos instantes dudó si su interés se centraba más en el chico de rastas y rasgos mediterráneos o en la canción melancólica que surgía del rasgueo de las cuerdas.
La duda apareció durante unos segundos, segundos que se desvanecieron cuando abrió su mochila —donde guardaba todo lo que una persona puede guardar si se quiere ir de casa— y sacó con nerviosismo una pequeña libreta de hojas en blanco apenas empezada. Con impaciencia pasó las hojas que ya estaban utilizadas hasta llegar a una en blanco. El lápiz, que siempre colocaba en la espiral de la libreta, estaba bien afilado pero a punto de ser inútil dado su corta longitud.
Volvió a mirar al chico de las rastas y tomó el lápiz con seguridad al mismo tiempo que cruzaba las piernas sobre aquel banco. Últimamente no encontraba momentos de inspiración como aquél y tampoco momentos en los que la inspiración surtiera un efecto satisfactorio para ella. Su mano apenas podía aguantar varios minutos sin provocarle fuertes dolores que la obligaban a claudicar.
Concentrada en su libreta Asya no se percató de la mirada repentina del joven guitarrista que, sorprendentemente, estaba sintiendo la misma curiosidad por ella. Con tranquilidad se levantó de aquel bordillo y caminó hacia la chica. Asya no se percató de lo que ocurría hasta que levantando la mirada para fijarse en su modelo se lo encontró frente a ella, sonriendo fanfarronamente.
—¿No deberías pedir permiso antes de dibujar a otras personas? —A pesar de su aspecto latino su acento era tan ruso como el de ella.
La chica enrojeció de tal manera que su pelo apenas se diferenciaba de sus mejillas y tan rápido como pudo intentó esconder la libreta en su mochila; pero él fue más rápido.
—¡Eh! ¡Devuélvemela!
Jon se echó hacia atrás sonriendo mientras admiraba los primeros esbozos de su propio retrato. —¿Eres artista?
—No… —Con rapidez innecesaria recuperó su libreta y le miró abochornada.
—Soy Jon. —El joven alargó su mano y sonrió abiertamente, pero Asya se giró y volvió a guardar sus cosas en la mochila, que cargó a su espalda con cierta brusquedad.
—¿Te ha molestado?
La chica se apartó de su camino, echando a andar hacia la parada de metro más cercana. —¿Tú que crees?
—¡Creo que eres mi fan número 1! —Exclamó Jon, alzando demasiado la voz y provocando de nuevo la reacción negativa de su “retratista”. Mientras caminaba, Asya levantó su mano izquierda, enseñando el dedo corazón.
Aquello sólo provocó las carcajadas de un Jon pletórico que observaba a Asya alejarse de aquel parque. Lo que no sabía es que en los labios de aquella chica se dibujaba una sonrisa oculta llena de satisfacción.
La duda apareció durante unos segundos, segundos que se desvanecieron cuando abrió su mochila —donde guardaba todo lo que una persona puede guardar si se quiere ir de casa— y sacó con nerviosismo una pequeña libreta de hojas en blanco apenas empezada. Con impaciencia pasó las hojas que ya estaban utilizadas hasta llegar a una en blanco. El lápiz, que siempre colocaba en la espiral de la libreta, estaba bien afilado pero a punto de ser inútil dado su corta longitud.
Volvió a mirar al chico de las rastas y tomó el lápiz con seguridad al mismo tiempo que cruzaba las piernas sobre aquel banco. Últimamente no encontraba momentos de inspiración como aquél y tampoco momentos en los que la inspiración surtiera un efecto satisfactorio para ella. Su mano apenas podía aguantar varios minutos sin provocarle fuertes dolores que la obligaban a claudicar.
Concentrada en su libreta Asya no se percató de la mirada repentina del joven guitarrista que, sorprendentemente, estaba sintiendo la misma curiosidad por ella. Con tranquilidad se levantó de aquel bordillo y caminó hacia la chica. Asya no se percató de lo que ocurría hasta que levantando la mirada para fijarse en su modelo se lo encontró frente a ella, sonriendo fanfarronamente.
—¿No deberías pedir permiso antes de dibujar a otras personas? —A pesar de su aspecto latino su acento era tan ruso como el de ella.
La chica enrojeció de tal manera que su pelo apenas se diferenciaba de sus mejillas y tan rápido como pudo intentó esconder la libreta en su mochila; pero él fue más rápido.
—¡Eh! ¡Devuélvemela!
Jon se echó hacia atrás sonriendo mientras admiraba los primeros esbozos de su propio retrato. —¿Eres artista?
—No… —Con rapidez innecesaria recuperó su libreta y le miró abochornada.
—Soy Jon. —El joven alargó su mano y sonrió abiertamente, pero Asya se giró y volvió a guardar sus cosas en la mochila, que cargó a su espalda con cierta brusquedad.
—¿Te ha molestado?
La chica se apartó de su camino, echando a andar hacia la parada de metro más cercana. —¿Tú que crees?
—¡Creo que eres mi fan número 1! —Exclamó Jon, alzando demasiado la voz y provocando de nuevo la reacción negativa de su “retratista”. Mientras caminaba, Asya levantó su mano izquierda, enseñando el dedo corazón.
Aquello sólo provocó las carcajadas de un Jon pletórico que observaba a Asya alejarse de aquel parque. Lo que no sabía es que en los labios de aquella chica se dibujaba una sonrisa oculta llena de satisfacción.