Color
Didier no podía entender cómo en un día como aquél el cielo brillase con todo su esplendor. No podía comprender que llevando aquel traje del negro más oscuro luciese el sol en el cielo con tanta fuerza que incipientes gotas de sudor caían por sus sienes, poniendo en evidencia su impecable presencia y haciendo que su paciencia colmase el vaso. Odiaba aquel lugar y él había conseguido lo que quería: tenerle allí en su funeral, vestido de negro y rodeado de una familia que no consideraba suya. Por mucho que intentaba aflojar el cuello de la camisa no conseguía recuperar el aliento y aquella maldita pajarita no se lo ponía fácil. El calor era asfixiante y los continuos sollozos de los presentes ponían a prueba su paciencia, una vez más.
Finalmente el párroco dio por terminada la tediosa ceremonia y las personas menos allegadas fueron abandonando el lugar donde había sido enterrado Noah. «Malditos hipócritas sinvergüenzas» pensó el francés, dedicando una severa mirada a la angustiada madre del fallecido. « ¿De qué sirve que llores ahora? » reprochó para sus internos, sintiendo unas irrefrenables ganas de lanzarle el ramo de flores —de un rojo pasión un tanto descarado— a la cara.
Como si leyesen la furia en la mirada de Didier poco tardaron en despedirse una última vez del que había sido su hijo —ahora bajo tierra—. Pronto solo quedó él, acompañado de un túmulo de tierra fresca y húmeda. Sobre la sencilla lápida reposaba solitario el bonito ramo de color escarlata y escrito en piedra un escueto “Repose en paix” que Didier terminó con un: —… mon amour— que el viento se llevó.
Finalmente el párroco dio por terminada la tediosa ceremonia y las personas menos allegadas fueron abandonando el lugar donde había sido enterrado Noah. «Malditos hipócritas sinvergüenzas» pensó el francés, dedicando una severa mirada a la angustiada madre del fallecido. « ¿De qué sirve que llores ahora? » reprochó para sus internos, sintiendo unas irrefrenables ganas de lanzarle el ramo de flores —de un rojo pasión un tanto descarado— a la cara.
Como si leyesen la furia en la mirada de Didier poco tardaron en despedirse una última vez del que había sido su hijo —ahora bajo tierra—. Pronto solo quedó él, acompañado de un túmulo de tierra fresca y húmeda. Sobre la sencilla lápida reposaba solitario el bonito ramo de color escarlata y escrito en piedra un escueto “Repose en paix” que Didier terminó con un: —… mon amour— que el viento se llevó.