Petardos
El gas
pimienta apenas le permitía permanecer con los ojos abiertos durante los
escasos segundos que se permitía para discernir un lugar seguro donde guarecerse.
La manifestación había derivado en duros enfrentamientos con la policía y
Nathan estaba metido en el centro de la protesta en el momento de los
altercados. Los disparos se sucedían y cada vez el sonido era más atronador. Él
era un antisistema declarado pero jamás en todas las manifestaciones a las que
había acudido a lo largo de su vida se había encontrado en plena batalla
campal. Y lo peor no era eso.
—Jon ¡qué haces!
El joven español se había hecho con sendos pedruscos y caminaba hacia él prácticamente de rodillas, esquivando bolas de goma, disparos, gente y cosas que volaban por encima de sus cabezas.
—¿Tendremos que defendernos, no? —Se habían parapetado detrás de una barricada improvisada con palés y contenedores. A su alrededor las figuras se confundían entre policías y manifestantes, mientras ellos decidían por dónde era mejor salir y volver a casa; siempre y cuando Jon decidiera volver a casa y no permanecer durante dos noches en el talego.
—Deja eso, tenemos que salir de aquí. Te recuerdo que no somos rusos y vivimos en la mayor casa okupa de la historia, Jon.
—¿Qué dices? Si vivimos en un vertedero. —Su sonrisa socarrona se alargó aún más al lanzar una de las piedras que había rescatado del suelo, acertando por milésimas contra uno de los antidisturbios. — ¡Sí! ¿Cuál es mi premio?
Nathan agarró del abrigo a Jon para atraerle hacía él, agazapado detrás de la barricada. —Si Kazuki se entera estamos muertos. Y si nos pilla la policía estamos muertos al cuadrado.
—¿Desde cuándo eres tan cobarde? ¿No eres el que da mítines a todas horas para que salgamos a protestar en contra del sistema? Pues he aquí tú oportunidad…
Aquellas palabras inspiraron un “no sé qué” a Nathan que le hicieron decidirse. O luchar o morir al cuadrado. —Acuérdate de comprar luego vodka. La vamos a necesitar.
—No lo dudes, compañero.
Horas después Kazuki llegaba a la comisaría donde dos de sus “internos” habían sido detenidos por desórdenes públicos, posesión de drogas y desobediencia civil.
—¿Cómo se te ocurre ir a una puta manifestación con droga? —La ira de Nathan en esos momentos rozaba la línea límite, mientras miraba a un Jon acobardado rodeado de manifestantes rusos sentados en el suelo de una misma celda. Y todo había comenzado con un maldito petardo.
—Jon ¡qué haces!
El joven español se había hecho con sendos pedruscos y caminaba hacia él prácticamente de rodillas, esquivando bolas de goma, disparos, gente y cosas que volaban por encima de sus cabezas.
—¿Tendremos que defendernos, no? —Se habían parapetado detrás de una barricada improvisada con palés y contenedores. A su alrededor las figuras se confundían entre policías y manifestantes, mientras ellos decidían por dónde era mejor salir y volver a casa; siempre y cuando Jon decidiera volver a casa y no permanecer durante dos noches en el talego.
—Deja eso, tenemos que salir de aquí. Te recuerdo que no somos rusos y vivimos en la mayor casa okupa de la historia, Jon.
—¿Qué dices? Si vivimos en un vertedero. —Su sonrisa socarrona se alargó aún más al lanzar una de las piedras que había rescatado del suelo, acertando por milésimas contra uno de los antidisturbios. — ¡Sí! ¿Cuál es mi premio?
Nathan agarró del abrigo a Jon para atraerle hacía él, agazapado detrás de la barricada. —Si Kazuki se entera estamos muertos. Y si nos pilla la policía estamos muertos al cuadrado.
—¿Desde cuándo eres tan cobarde? ¿No eres el que da mítines a todas horas para que salgamos a protestar en contra del sistema? Pues he aquí tú oportunidad…
Aquellas palabras inspiraron un “no sé qué” a Nathan que le hicieron decidirse. O luchar o morir al cuadrado. —Acuérdate de comprar luego vodka. La vamos a necesitar.
—No lo dudes, compañero.
Horas después Kazuki llegaba a la comisaría donde dos de sus “internos” habían sido detenidos por desórdenes públicos, posesión de drogas y desobediencia civil.
—¿Cómo se te ocurre ir a una puta manifestación con droga? —La ira de Nathan en esos momentos rozaba la línea límite, mientras miraba a un Jon acobardado rodeado de manifestantes rusos sentados en el suelo de una misma celda. Y todo había comenzado con un maldito petardo.