Sangre
—
Nathan, no deberíamos… —. Dijo ella, mientras su espalda se incrustaba en los
azulejos del cuarto de baño ante el gentil empujón que el americano le había
propinado. Ella le miró expectante mientras él se comía su cuerpo con la
mirada. Si en aquel momento hubiese entrado alguien, el tema habría sido vox
populi y, en la intimidad, Kazuki hubiese tenido un par de palabras con los
dos. Pero poco podían hacer para evitar aquellas súbitas subidas de adrenalina
al verse solos en ese cuarto de baño de la segunda planta.
— ¿Ahora vas a ser modosita? ¿Después de mirarme todo el día como lo has hecho? —. Nathan nunca hablaba de esa forma y menos delante de una chica, pero esa muchacha era sin duda la peor que había pasado por su vida.
Apoyado con una mano en la pared permaneció durante unos segundos mirando impertérrito a Tarja. Los ojos grises de la finlandesa podían hipnotizar a cualquiera y llevarle por el camino de la locura. Sus bocas estaban a escasos centímetros, tentándose con movimientos ansiosos y Nathan no tardó en aprisionar su cuerpo contra la pared, notando contra él cada curva del cuerpo adolescente de Tarja.
— Si Kazu nos ve… —. Era la primera vez que Tarja mostraba cierta preocupación por alguien, pero al mismo tiempo lo estaba pidiendo a gritos con la mirada: «Bésame, bésame…». Eso decían sus labios carnosos a escasos centímetros de los de Nathan, quien se controlaba cada segundo que pasaba por no acabar haciendo algo de lo que luego más tarde se arrepentiría.
— No puedo más, tienes que acabar con esto Tarja… —. Pegó la frente sobre la fría pared de azulejo blanco y suspiró. Con la mano libre rodeó la cintura de Tarja y la atrajo hacia él, para sentir su aroma corporal, para sentir la suavidad de su cuello sobre sus labios. — Joder… o se lo dices tú o lo hago yo.
Ella sintió un escalofrío; cerró los ojos y suspiró profundamente. No sabía si lo que le provocaba aquella sensación era la cercanía de Nathan o el peligro de ser pillados in fraganti, pero lo que tenía muy claro es que si no hacía algo iba a explotar. Con cierta brusquedad se separó del americano al que no podía mirar a la cara sin sentirse impotente.
Cuando Tarja abandonó el cuarto de baño Nathan se miró al espejo. Lucía un aspecto penoso, aunque por un momento pensó que era producto de su imaginación a causa de la desesperación que sentía hacía aquella chica. Con los brazos en jarras respiró hondamente escasos segundos que se hicieron eternos y como si su mente su nublara, en una especie de interrupción de su juicio, se vio a sí mismo golpeando aquel espejo que antes reflejara su imagen destrozándolo en pequeños pedazos que rodaron por el suelo.
— ¡Shit! —. Su voz reverberó en aquél baño vacío, frío y solitario. Y mientras él se arrodillaba para recoger los restos de aquel espejo destrozado, tiñendo de sangre su reflejo, Tarja le observaba llorando desde el umbral de la puerta.
— ¿Ahora vas a ser modosita? ¿Después de mirarme todo el día como lo has hecho? —. Nathan nunca hablaba de esa forma y menos delante de una chica, pero esa muchacha era sin duda la peor que había pasado por su vida.
Apoyado con una mano en la pared permaneció durante unos segundos mirando impertérrito a Tarja. Los ojos grises de la finlandesa podían hipnotizar a cualquiera y llevarle por el camino de la locura. Sus bocas estaban a escasos centímetros, tentándose con movimientos ansiosos y Nathan no tardó en aprisionar su cuerpo contra la pared, notando contra él cada curva del cuerpo adolescente de Tarja.
— Si Kazu nos ve… —. Era la primera vez que Tarja mostraba cierta preocupación por alguien, pero al mismo tiempo lo estaba pidiendo a gritos con la mirada: «Bésame, bésame…». Eso decían sus labios carnosos a escasos centímetros de los de Nathan, quien se controlaba cada segundo que pasaba por no acabar haciendo algo de lo que luego más tarde se arrepentiría.
— No puedo más, tienes que acabar con esto Tarja… —. Pegó la frente sobre la fría pared de azulejo blanco y suspiró. Con la mano libre rodeó la cintura de Tarja y la atrajo hacia él, para sentir su aroma corporal, para sentir la suavidad de su cuello sobre sus labios. — Joder… o se lo dices tú o lo hago yo.
Ella sintió un escalofrío; cerró los ojos y suspiró profundamente. No sabía si lo que le provocaba aquella sensación era la cercanía de Nathan o el peligro de ser pillados in fraganti, pero lo que tenía muy claro es que si no hacía algo iba a explotar. Con cierta brusquedad se separó del americano al que no podía mirar a la cara sin sentirse impotente.
Cuando Tarja abandonó el cuarto de baño Nathan se miró al espejo. Lucía un aspecto penoso, aunque por un momento pensó que era producto de su imaginación a causa de la desesperación que sentía hacía aquella chica. Con los brazos en jarras respiró hondamente escasos segundos que se hicieron eternos y como si su mente su nublara, en una especie de interrupción de su juicio, se vio a sí mismo golpeando aquel espejo que antes reflejara su imagen destrozándolo en pequeños pedazos que rodaron por el suelo.
— ¡Shit! —. Su voz reverberó en aquél baño vacío, frío y solitario. Y mientras él se arrodillaba para recoger los restos de aquel espejo destrozado, tiñendo de sangre su reflejo, Tarja le observaba llorando desde el umbral de la puerta.