Sexo
La habitación tenía el ambiente cargado y las ventanas estaban empañadas de tal manera que no se veía nada del exterior. La calefacción al máximo y el frío que había caído con la noche dio lugar a que pequeñas gotas, producto de la condensación, bajaran por los cristales hasta encontrarse con el marco de la ventana. Nadie rondaba por la planta y el silencio era casi total a excepción de los típicos gritos de última hora en la sala común, cuando Kazuki intentaba poner orden y mandar a todo el mundo a la cama —aunque sus intentos nunca tenían éxito— y el resto intentaba que Kazuki les dejase cinco minutos más de charla nocturna.
Kouji, por otro lado, estaba sentado en el borde de la cama de su habitación. Se había mudado ocho meses atrás y algunas cajas todavía seguían amontonadas al fondo del cuarto, esperando un respiro de su dueño en el trabajo que le permitiese ocuparse de ellas. Aquel día —como excepción— no había podido acercarse al trabajo por la gran nevada que amenazaba la ciudad. Sobre la cama, un panel repleto de fotografías de un bebé risueño y gordinflón rellenaba el inmenso vacío que quedaba del cuarto. Acodado sobre sus rodillas, miraba sus manos como si acabase cometer un crimen contra la humanidad. A su espalda dormía plácidamente enredada entre las sábanas una joven de cuerpo enjuto pero curvas definidas, cuyo cabello largo y de color miel caía por sus hombros hasta su cintura delimitando su desnudez. Por unos instantes, se permitió el lujo de observarla en silencio y comprobar que seguía siendo la misma chica preciosa que con su mirada lograba atenazarle el corazón. Aquella noche había caído y se había dejado llevar por los sentimientos que empezaban a dejarle sin sueño. Hellä era la necesaria tranquilidad que necesitaba y en sus brazos sabía que podía encontrar ese remanso de paz que hacía tanto tiempo que ansiaba encontrar. Pero al mismo tiempo, sus remordimientos por aquel error que cometió en el pasado le quitaban el sueño.
Durante años se había hecho prometer que no volvería a las andadas, que nunca se permitiría a sí mismo llevar a la cama a una chica sólo por sexo o diversión para luego no volver a verla. Pero ella estaba allí todos los días, ella le miraba todos los días pidiéndole un abrazo, un susurro, una caricia… y él no podía negarle nada, porque se había convertido en una persona importante para él, de tal manera que tenerla allí en su cama, significaba más que una noche de sexo desenfrenado.
— ¿No tienes frío? —. La voz de Hellä parecía estar muy lejos de allí, ahogada por las sábanas y las mantas que cubrían su cuerpo. Kouji se giró y sonrió. No tenía frío, pero lentamente se acostó a su lado y la rodeó con sus brazos. Ella se acurrucó en su pecho y de nuevo, cayó en los brazos de Morfeo.
Kouji, por otro lado, estaba sentado en el borde de la cama de su habitación. Se había mudado ocho meses atrás y algunas cajas todavía seguían amontonadas al fondo del cuarto, esperando un respiro de su dueño en el trabajo que le permitiese ocuparse de ellas. Aquel día —como excepción— no había podido acercarse al trabajo por la gran nevada que amenazaba la ciudad. Sobre la cama, un panel repleto de fotografías de un bebé risueño y gordinflón rellenaba el inmenso vacío que quedaba del cuarto. Acodado sobre sus rodillas, miraba sus manos como si acabase cometer un crimen contra la humanidad. A su espalda dormía plácidamente enredada entre las sábanas una joven de cuerpo enjuto pero curvas definidas, cuyo cabello largo y de color miel caía por sus hombros hasta su cintura delimitando su desnudez. Por unos instantes, se permitió el lujo de observarla en silencio y comprobar que seguía siendo la misma chica preciosa que con su mirada lograba atenazarle el corazón. Aquella noche había caído y se había dejado llevar por los sentimientos que empezaban a dejarle sin sueño. Hellä era la necesaria tranquilidad que necesitaba y en sus brazos sabía que podía encontrar ese remanso de paz que hacía tanto tiempo que ansiaba encontrar. Pero al mismo tiempo, sus remordimientos por aquel error que cometió en el pasado le quitaban el sueño.
Durante años se había hecho prometer que no volvería a las andadas, que nunca se permitiría a sí mismo llevar a la cama a una chica sólo por sexo o diversión para luego no volver a verla. Pero ella estaba allí todos los días, ella le miraba todos los días pidiéndole un abrazo, un susurro, una caricia… y él no podía negarle nada, porque se había convertido en una persona importante para él, de tal manera que tenerla allí en su cama, significaba más que una noche de sexo desenfrenado.
— ¿No tienes frío? —. La voz de Hellä parecía estar muy lejos de allí, ahogada por las sábanas y las mantas que cubrían su cuerpo. Kouji se giró y sonrió. No tenía frío, pero lentamente se acostó a su lado y la rodeó con sus brazos. Ella se acurrucó en su pecho y de nuevo, cayó en los brazos de Morfeo.