Tacones
Apenas podía sentir las puntas de los dedos, que se agarraban al asfalto en un intento por aferrarse a aquel plano de la consciencia donde sólo sentía un dolor punzante en su cabeza, martilleando con cada estampida el resto de su cuerpo. Por cada orden que su cerebro mandaba al resto de su cuerpo para incorporarse recibía una ola de latigazos en la espalda y abdomen que le impedían moverse ni un milímetro de su posición. Tirado en aquella carretera secundaria, alejado de la ciudad y de cualquier oportunidad de pedir ayuda, Lev apenas podía contener la respiración sin emitir un gemido de dolor.
Lo último que recordaba era el rostro de su mejor amigo, contraído por la rabia; una furia que él mismo había sentido en múltiples ocasiones cuando se dedicaba a propinar palizas a gente que no se lo merecía. Pero ahí estaba él; sufriendo lo que muchos habían sufrido por sus propias manos. Toda aquella rabia que había acumulado durante años sin ninguna razón aparente le revolvió las entrañas, sintiendo un repentino asco hacia sí mismo.
Un último esfuerzo y logró recostarse sobre uno de sus brazos, y de fondo un sonido de tacones lejanos le obligó a torcer el rostro. El dolor recorrió su brazo y en un grito ahogado volvió a caer sobre su hombro de forma brusca.
—¿Estás bien? —la dueña de los tacones se arrodilló a su lado y Lev pudo notar cómo la suavidad de su mano acariciaba su frente.
—He estado mejor… —una mueca que pretendió ser sonrisa se difuminó en sus labios. Por un instante dirigió su mirada hacia la chica y distinguió de su rostro aquellos ojos que le miraban consternados.
Tarja sacó el móvil de su mochila negra y marcó el número de Kazuki, a pesar del temblor que recorría sus manos. —Kazu… necesito tu ayuda. —miró de reojo al ruso y en un gesto de preocupación, se mordió el labio inferior y luego cerró los ojos. —Creo que tenemos nuevo inquilino…
Lo último que recordaba era el rostro de su mejor amigo, contraído por la rabia; una furia que él mismo había sentido en múltiples ocasiones cuando se dedicaba a propinar palizas a gente que no se lo merecía. Pero ahí estaba él; sufriendo lo que muchos habían sufrido por sus propias manos. Toda aquella rabia que había acumulado durante años sin ninguna razón aparente le revolvió las entrañas, sintiendo un repentino asco hacia sí mismo.
Un último esfuerzo y logró recostarse sobre uno de sus brazos, y de fondo un sonido de tacones lejanos le obligó a torcer el rostro. El dolor recorrió su brazo y en un grito ahogado volvió a caer sobre su hombro de forma brusca.
—¿Estás bien? —la dueña de los tacones se arrodilló a su lado y Lev pudo notar cómo la suavidad de su mano acariciaba su frente.
—He estado mejor… —una mueca que pretendió ser sonrisa se difuminó en sus labios. Por un instante dirigió su mirada hacia la chica y distinguió de su rostro aquellos ojos que le miraban consternados.
Tarja sacó el móvil de su mochila negra y marcó el número de Kazuki, a pesar del temblor que recorría sus manos. —Kazu… necesito tu ayuda. —miró de reojo al ruso y en un gesto de preocupación, se mordió el labio inferior y luego cerró los ojos. —Creo que tenemos nuevo inquilino…