Viaje
Pasear todas las mañanas desde su hogar hasta el instituto donde impartía clases de inglés a niños de seis años se había convertido en su momento preferido del día, seguido por la vuelta a casa, cuando pasadas las doce de la mediodía tomaba el primer autobús que hacía parada frente a su colegio. Muchas veces él había sentido la soledad real durante sus primeros meses en Moscú, cuando apenas sabía pronunciar unas palabras en aquel enrevesado idioma y que actualmente, aún le costaba más de una equivocación por su mala pronunciación.
El autobús nunca solía estar demasiado lleno y en silencio abría el libro que tenía entre manos; y durante treinta minutos disfrutaba de esa soledad que desde que había llegado a Kaleidoscope había perdido, de una forma irremediable. Nathan echaba de menos momentos como aquél, sentado en un asiento polvoriento, recordando sus largos recorridos en metro en su ciudad natal, New York. Allí todo ocurría demasiado rápido para una persona como él, pero en cambio, Europa había supuesto un cambio favorable para el americano, a pesar de los contras que pudiera encontrarle.
Cuando abrió Madame Bovary sonrió con cierto aire nostálgico. Había llegado el momento de dar un paso hacia delante, de abandonar una vez más aquello que le impedía seguir caminando. Aquel día había tomado un autobús diferente, uno que no volvería a llevarle a su hogar sino que le llevaría directo a su nuevo destino: Budapest. Los billetes de avión, escondidos en el libro de Flaubert, resplandecían ofreciéndole nuevas oportunidades, nuevos amigos, nuevos amores; nada de lo que dejaba en Kaleidoscope podía detenerle, excepto dos personas. Aquella última noche había pensado mucho en sus últimas decisiones, y a pesar de que sabía que provocaría un gran pesar en una de aquellas personas, comprendió que la soledad que dejaba tras él con el tiempo se convertiría en la verdadera cura para ella.
El autobús nunca solía estar demasiado lleno y en silencio abría el libro que tenía entre manos; y durante treinta minutos disfrutaba de esa soledad que desde que había llegado a Kaleidoscope había perdido, de una forma irremediable. Nathan echaba de menos momentos como aquél, sentado en un asiento polvoriento, recordando sus largos recorridos en metro en su ciudad natal, New York. Allí todo ocurría demasiado rápido para una persona como él, pero en cambio, Europa había supuesto un cambio favorable para el americano, a pesar de los contras que pudiera encontrarle.
Cuando abrió Madame Bovary sonrió con cierto aire nostálgico. Había llegado el momento de dar un paso hacia delante, de abandonar una vez más aquello que le impedía seguir caminando. Aquel día había tomado un autobús diferente, uno que no volvería a llevarle a su hogar sino que le llevaría directo a su nuevo destino: Budapest. Los billetes de avión, escondidos en el libro de Flaubert, resplandecían ofreciéndole nuevas oportunidades, nuevos amigos, nuevos amores; nada de lo que dejaba en Kaleidoscope podía detenerle, excepto dos personas. Aquella última noche había pensado mucho en sus últimas decisiones, y a pesar de que sabía que provocaría un gran pesar en una de aquellas personas, comprendió que la soledad que dejaba tras él con el tiempo se convertiría en la verdadera cura para ella.