Forbbiden*
*Este relato cuenta cómo éste personaje entró en Kaleidoscope y forma parte de una serie completa de los relatos que he escrito sobre la misma temática que puedes encontrar aquí.
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Caían las primeras hojas de los árboles que de una forma u otra preludiaban el final de un verano que había sido demasiado largo. El jardín comenzaba a perder su verdor natural y la hojarasca se acumulaba en pequeños montones alrededor de los pocos árboles que habían plantado años atrás. Todavía eran árboles pequeños, muchos de ellos no durarían después de aquel invierno, pero a él le gustaba observarlos desde la única ventana de su habitación. Desde allí, mientras daba lentas caladas a su cigarro, podía percibir el silencio que rodeaba aquellos árboles tan jóvenes y destinados a desaparecer tan pronto. Aquél día estaba inspirado y una sonrisa revoloteó en aquellos labios carnosos y poco acostumbrados a las sonrisas.
Muchos habían llegado hasta allí como aquellos árboles, jóvenes, desnudos, desesperados y con pocas esperanzas de sobrevivir en un mundo que no era para ellos. Demasiado cruel y demasiado virulento para ellos. Pero ella… Estaba allí fuera, de pie, mirando hacia el horizonte. Lo hacía cada día desde que había llegado allí y Kazuki no perdía oportunidad de observarla desde su habitación. Tarja era una persona complicada y a sus 17 años había pasado por demasiado sufrimiento. Él la había encontrado y de alguna manera, encontraba en su personalidad agresiva algo que le atraía y que al mismo tiempo le repugnaba.
Apagó el cigarrillo en un cenicero y después de coger su abrigo salió de la habitación en dirección al jardín. Los pasos sobre la hojarasca revelaron su presencia ante la muchacha, que tan solo giró unos centímetros su rostro para descubrir quien osaba perturbar su momento zen.
— Al final, terminas acostumbrándote.
— Supongo que sí.
— Te veo salir todas las mañanas desde mi ventana.
— Es relajante; el silencio que reina en este lugar… no lo encuentras en cualquier sitio.
No había pasado un mes desde que ambos se encontraron. Tarja fue la primera persona de Kaleidoscope que llegó a él por pura casualidad, al contrario que el resto de habitantes, cuyos familiares o ellos mismos habían decidido entrar allí por decisión propia. Las personas acudían a él por desesperación y si un caso era demasiado llamativo en el sistema ruso, él mismo se encargaba de integrarlas. Pero Tarja había sido diferente desde el primer momento.
— ¿Recuerdas el día que te conocí? —. Kazuki se sentó sobre un tocón de madera, cercano al lugar donde Tarja permanecía de pie imperturbable.
— Cómo olvidarlo…
El verano de aquel agosto del 2006 fue para Kazuki uno de los más calurosos desde que llegó a Moscú. Las gotas de sudor se acumulaban en su frente, humedeciendo el cabello que caía por su rosto de una forma un tanto anti estética. El cuello de la camiseta parecía haberse tornado más oscuro y agradeció haberse puesto una camiseta blanca que disimulara la mancha de sudor que, de ser otro color, se tornaría demasiado evidente.
Las cosas en Kaleidoscope no iban tan bien como él esperaba, después de acoger meses atrás al bebé de un posible nuevo inquilino. Nunca se había planteado tener hijos y supo desde entonces que si alguna vez se volvía tan loco como para planteárselo, le pediría a Woo que le sacase de su locura transitoria. No solo gastaba más energía de lo normal, sino que pasaba más tiempo limpiando pañales que aconsejando a sus huéspedes. Aquellos pensamientos no evitaron que se percatase de las curvas que se contoneaban frente a él en aquella acera. La verdad sea dicha, Kazuki llevaba demasiado tiempo ocupándose de pañales, biberones, vómitos y llantos.
La muchacha, de cabello teñido, recogido en un pequeño moñito alto se detuvo fingiendo buscar algo en su enorme mochila negra. Durante una décima de segundo, Kazuki también detuvo sus pasos y los ojos grises de aquella chica recorrieron con detenimiento la altura del hombre que la observaba. No se percató de lo que ocurría hasta que sintió una leve caricia en su mano izquierda. La zona estaba desierta y sabía que durante mucho tiempo aquel barrio había estado gobernado por mafias, que usaban a sus mujeres para engatusar a los transeúntes más inexpertos. Kazuki conocía la zona como la palma de su mano, pues de allí había sacado a más de un muchacho en situaciones de emergencia pero aquel día había caído como un turista más. El joven de no más de siete años corrió en dirección contraria, llevándose consigo la cartera de piel negra de Kazuki; la muchacha, por otro lado, tuvo hasta el detalle de guiñarle el ojo antes de intentar huir por el mismo camino que su compañero de trapicheos. Pero Kazuki fue más rápido.
El cuerpo de aquella muchacha resultaba endeble para el tamaño de Kazuki, quien con una mano rodeo el cuello de Tarja y al mismo tiempo presionó su cuerpo contra una farola cercana. La paciencia que había tenido durante aquellos meses había llegado a su fin.
— Me hiciste daño, que lo sepas.
— Tarja, me robaste todo el dinero que tenía encima, tarjetas de crédito incluidas.
Con una media sonrisa, ella se acercó al japonés y se acomodó sobre sus piernas, rodeando con un brazo su espalda. Las enormes manos de Kazuki poco tardaron en abarcar la delgada cintura de la finlandesa, atrayéndola hacia él. Sus miradas se cruzaron y durante segundos no hicieron falta palabras. Los ojos azules de él recorrieron cada facción de su rostro, tan perfecto y a la vez tan duro; sus ojos grises apenas tardaron en cerrarse y arqueó las cejas al sentir la remota posibilidad de sincerarse con aquella persona que le había sacado de una vida insana. Pero aquella tormenta de sensaciones amainó al sentir en su mejilla el suave tacto de la mano de Kazuki, que conocía cada secreto de su alma.
— Kazuki… ámame…
— ¿Aunque te haga daño?
— Aunque nos hagamos daño.
— ¿Aunque esté prohibido y rompa mil leyes?
— Cállate y bésame, ya nos ocuparemos de las leyes más tarde.
Muchos habían llegado hasta allí como aquellos árboles, jóvenes, desnudos, desesperados y con pocas esperanzas de sobrevivir en un mundo que no era para ellos. Demasiado cruel y demasiado virulento para ellos. Pero ella… Estaba allí fuera, de pie, mirando hacia el horizonte. Lo hacía cada día desde que había llegado allí y Kazuki no perdía oportunidad de observarla desde su habitación. Tarja era una persona complicada y a sus 17 años había pasado por demasiado sufrimiento. Él la había encontrado y de alguna manera, encontraba en su personalidad agresiva algo que le atraía y que al mismo tiempo le repugnaba.
Apagó el cigarrillo en un cenicero y después de coger su abrigo salió de la habitación en dirección al jardín. Los pasos sobre la hojarasca revelaron su presencia ante la muchacha, que tan solo giró unos centímetros su rostro para descubrir quien osaba perturbar su momento zen.
— Al final, terminas acostumbrándote.
— Supongo que sí.
— Te veo salir todas las mañanas desde mi ventana.
— Es relajante; el silencio que reina en este lugar… no lo encuentras en cualquier sitio.
No había pasado un mes desde que ambos se encontraron. Tarja fue la primera persona de Kaleidoscope que llegó a él por pura casualidad, al contrario que el resto de habitantes, cuyos familiares o ellos mismos habían decidido entrar allí por decisión propia. Las personas acudían a él por desesperación y si un caso era demasiado llamativo en el sistema ruso, él mismo se encargaba de integrarlas. Pero Tarja había sido diferente desde el primer momento.
— ¿Recuerdas el día que te conocí? —. Kazuki se sentó sobre un tocón de madera, cercano al lugar donde Tarja permanecía de pie imperturbable.
— Cómo olvidarlo…
El verano de aquel agosto del 2006 fue para Kazuki uno de los más calurosos desde que llegó a Moscú. Las gotas de sudor se acumulaban en su frente, humedeciendo el cabello que caía por su rosto de una forma un tanto anti estética. El cuello de la camiseta parecía haberse tornado más oscuro y agradeció haberse puesto una camiseta blanca que disimulara la mancha de sudor que, de ser otro color, se tornaría demasiado evidente.
Las cosas en Kaleidoscope no iban tan bien como él esperaba, después de acoger meses atrás al bebé de un posible nuevo inquilino. Nunca se había planteado tener hijos y supo desde entonces que si alguna vez se volvía tan loco como para planteárselo, le pediría a Woo que le sacase de su locura transitoria. No solo gastaba más energía de lo normal, sino que pasaba más tiempo limpiando pañales que aconsejando a sus huéspedes. Aquellos pensamientos no evitaron que se percatase de las curvas que se contoneaban frente a él en aquella acera. La verdad sea dicha, Kazuki llevaba demasiado tiempo ocupándose de pañales, biberones, vómitos y llantos.
La muchacha, de cabello teñido, recogido en un pequeño moñito alto se detuvo fingiendo buscar algo en su enorme mochila negra. Durante una décima de segundo, Kazuki también detuvo sus pasos y los ojos grises de aquella chica recorrieron con detenimiento la altura del hombre que la observaba. No se percató de lo que ocurría hasta que sintió una leve caricia en su mano izquierda. La zona estaba desierta y sabía que durante mucho tiempo aquel barrio había estado gobernado por mafias, que usaban a sus mujeres para engatusar a los transeúntes más inexpertos. Kazuki conocía la zona como la palma de su mano, pues de allí había sacado a más de un muchacho en situaciones de emergencia pero aquel día había caído como un turista más. El joven de no más de siete años corrió en dirección contraria, llevándose consigo la cartera de piel negra de Kazuki; la muchacha, por otro lado, tuvo hasta el detalle de guiñarle el ojo antes de intentar huir por el mismo camino que su compañero de trapicheos. Pero Kazuki fue más rápido.
El cuerpo de aquella muchacha resultaba endeble para el tamaño de Kazuki, quien con una mano rodeo el cuello de Tarja y al mismo tiempo presionó su cuerpo contra una farola cercana. La paciencia que había tenido durante aquellos meses había llegado a su fin.
— Me hiciste daño, que lo sepas.
— Tarja, me robaste todo el dinero que tenía encima, tarjetas de crédito incluidas.
Con una media sonrisa, ella se acercó al japonés y se acomodó sobre sus piernas, rodeando con un brazo su espalda. Las enormes manos de Kazuki poco tardaron en abarcar la delgada cintura de la finlandesa, atrayéndola hacia él. Sus miradas se cruzaron y durante segundos no hicieron falta palabras. Los ojos azules de él recorrieron cada facción de su rostro, tan perfecto y a la vez tan duro; sus ojos grises apenas tardaron en cerrarse y arqueó las cejas al sentir la remota posibilidad de sincerarse con aquella persona que le había sacado de una vida insana. Pero aquella tormenta de sensaciones amainó al sentir en su mejilla el suave tacto de la mano de Kazuki, que conocía cada secreto de su alma.
— Kazuki… ámame…
— ¿Aunque te haga daño?
— Aunque nos hagamos daño.
— ¿Aunque esté prohibido y rompa mil leyes?
— Cállate y bésame, ya nos ocuparemos de las leyes más tarde.