Leimotiv
Una mirada
silenciosa y después un suspiro. Un suspiro que rompe el silencio de su
habitación, aún sin ordenar; aún sin decidirse si seguir con aquella loca
decisión.
Una caricia que hace que se cierren sus ojos para no aceptar lo evidente; aquellos ojos azules que asfixian su estómago y le hace suspirar una vez más.
Sus labios. Sus labios contra su boca en un beso indeciso, apasionado, torpe, esperanzado; humedad que enciende sus mejillas mientras su estómago se atenaza irremediablemente.
Cómo han llegado hasta el suelo de la habitación ni ellos mismos lo entienden. Pero el frío de la madera traspasa la espalda desnuda de Asya mientras sendos escalofríos recorren el resto de su cuerpo. Miradas, caricias, suspiros. El sonido de sus cuerpos se traduce en silenciosos roces inesperados; el sonido ahogado de su pasión se reduce a labios entreabiertos y besos que acallan el deseo.
El deseo se esfuma cuando todo acaba. Cuando no caben abrazos o caricias. Cuando la culpa es más fuerte que la atracción; cuando saben que la atracción que sienten es secreta y que jamás lo admitirán. Cuando entienden que volverá a suceder. Cuando las miradas, caricias y suspiros se convierten en leimotiv.
***
— Dime Jon ¿has estado alguna vez enamorado?
— Lo suficiente como para no volver a caer en el mismo error.
Ella sonrió y apoyó su mejilla sobre el hombro del español. La plaza donde se conocieron no había cambiado ni un ápice; el mismo gris baldosa, el mismo azul plomizo, los mismos edificios apáticos.
— Tal vez no fue lo suficiente. Tal vez deberías cometer el mismo error.
Las palabras que salieron de los labios de la pelirroja hicieron reaccionar a Jon, quien sin decir nada ni mover un músculo alzó la vista al cielo. — Tal vez.
Una caricia que hace que se cierren sus ojos para no aceptar lo evidente; aquellos ojos azules que asfixian su estómago y le hace suspirar una vez más.
Sus labios. Sus labios contra su boca en un beso indeciso, apasionado, torpe, esperanzado; humedad que enciende sus mejillas mientras su estómago se atenaza irremediablemente.
Cómo han llegado hasta el suelo de la habitación ni ellos mismos lo entienden. Pero el frío de la madera traspasa la espalda desnuda de Asya mientras sendos escalofríos recorren el resto de su cuerpo. Miradas, caricias, suspiros. El sonido de sus cuerpos se traduce en silenciosos roces inesperados; el sonido ahogado de su pasión se reduce a labios entreabiertos y besos que acallan el deseo.
El deseo se esfuma cuando todo acaba. Cuando no caben abrazos o caricias. Cuando la culpa es más fuerte que la atracción; cuando saben que la atracción que sienten es secreta y que jamás lo admitirán. Cuando entienden que volverá a suceder. Cuando las miradas, caricias y suspiros se convierten en leimotiv.
***
— Dime Jon ¿has estado alguna vez enamorado?
— Lo suficiente como para no volver a caer en el mismo error.
Ella sonrió y apoyó su mejilla sobre el hombro del español. La plaza donde se conocieron no había cambiado ni un ápice; el mismo gris baldosa, el mismo azul plomizo, los mismos edificios apáticos.
— Tal vez no fue lo suficiente. Tal vez deberías cometer el mismo error.
Las palabras que salieron de los labios de la pelirroja hicieron reaccionar a Jon, quien sin decir nada ni mover un músculo alzó la vista al cielo. — Tal vez.