Saco de boxeo
En Kaleidoscope aún había estancias vacías. Era un edificio espacioso y tranquilo, de dos plantas que se extendían a lo ancho más que a lo alto y contaba con un jardín anterior y otro posterior que nadie usaba, lleno de hierbajos que sobrevivían como podían al duro invierno. Las habitaciones eran más o menos del mismo tamaño exceptuando la cocina y el salón, más grandes por ser zonas comunales donde los chicos pasaban la mayor parte del tiempo siempre que no tuvieran otros deberes que cumplir.
Pero entre todos no llegaban aún a veinte y faltaban dormitorios por ocupar. Por eso Woo pidió una sala de entrenamiento.
Kazuki se negó. Dijo que no se podía vaticinar cuándo habría un nuevo miembro en Kaleidoscope y era mejor reservar el espacio, pero Woo hizo caso omiso de su advertencia aduciendo que llevaban meses sin tener a nadie nuevo (en realidad, apenas varios pero al coreano le daba igual) y cogió un saco de boxeo y creó su sala particular. El saco, de unos 32 kilos de peso, se mantuvo en precario equilibrio colgando del techo durante los entrenamientos del joven pero cuando Kazuki lo descubrió, sostenido más por obstinación que por otra cosa, temió por la vida de sus muchachos y no tuvo más remedio que afianzarlo. A fin de cuentas, el techo ya estaba agujereado.
Al saco le siguió un banco de abdominales que nadie supo de dónde había salido pero con esos dos elementos, la sala estuvo más o menos terminada. Y tenía afluencia así que, después de todo, no había sido mala idea.
El primero en usarla todas las mañanas era, sin duda, el coreano. Al principio no hacía demasiado, pero conforme su esfuerzo matutino de levantarse de la cama temprano acabó convertido en rutina, podía pasar dos y hasta tres horas allí dentro sin que se le escuchara en el resto de Kaleidoscope (un logro increíble, sin lugar a dudas, porque su parloteo a horas intempestivas era una constante antes de la llegada de ese milagroso cuarto). Tras él llegaron Vanya, Kouji (una única vez por falta de tiempo), Jon (a cotillear más bien, que el joven era más de ir a correr) y hasta el esmirriado Pawnel, para quien la palabra ejercicio debía ser algo utópico hasta que se lo encontró en las narices. Incluso la joven Inna robaba de vez en cuando un par de pesas de un kilo que llevaba a su dormitorio para fortalecer sus enclenques brazos.
Sí; la idea había sido buena. Kazuki no tuvo más remedio que reconocerlo e incluso se permitió el lujo de usarla un par de veces cuando tenía tiempo libre. Pocas, en todo caso.
En ese momento podía escucharse el sonido de unos golpes rítmicos. Alguien entendido podría ponerles nombre, jab, jab, directo, crochet, uppercat, jab, escuchando el intervalo de tiempo entre un golpe y el siguiente; el contacto de la superficie corporal con la tela del saco. Alguien profano diría, simplemente, que el coreano se estaba tomando muy en serio su lucha matutina. Era totalmente contrario a lo que una rutina suponía, pero sin saberlo había adquirido una elevada a la máxima potencia. Siempre empezaba calentando, unos 10-15 minutos de trote ininterrumpido por la pequeña estancia que acababan convirtiéndose en 20 y luego se sumergía de lleno en el trabajo duro. El saco llevaba todas las de perder.
Woo no tenía un estilo de lucha definido. Desde fuera, bien podía interpretarse que conocía las reglas del boxeo al milímetro, pero de vez en cuando añadía un rodillazo o una patada que no encajaban ni en el boxeo, ni en el taekwondo, ni en el muay-thai y ni siquiera en el kick-boxing, que Kazuki había intentado enseñarle hacía tiempo sin demasiado éxito. El hombre solía decir que el estilo de Woo era el de la calle, el que se usa fruto de la desesperación y por la propia supervivencia y lo cierto es que no iba desencaminado. A veces, cuando lo observaba en silencio y sin ser visto, sentía cierta tristeza.
En esa ocasión no fue distinto. Desde la puerta, acodado sin intención de pasar desapercibido, esperó unos segundos hasta que la serie ininterrumpida de golpes del coreano terminó en seco. Entonces, sólo cuando el resuello resonó en la quietud de la habitación, dio un paso para introducirse en ella. Woo aún tardó un par de segundos en percatarse de su presencia pero cuando lo hizo, sus labios dibujaron una sonrisa y no hicieron falta más palabras. Sus ojos rasgados siguieron los movimientos del hombre mientras cogía un par de guantes y los ajustaba a sus muñecas con gestos lentos y medidos.
—¿Puedo acompañarte? —le preguntó, mirándole fijamente con sus profundos ojos azules. Woo se dio un par de golpecitos con el guante sobre el hombro derecho y se puso en posición de defensa; una clara muestra que gritaba a los cuatro vientos "lo estoy deseando".
—Vaya... ¿me he portado mal y vienes a castigarme? —preguntó, por contra. Kazuki sonrió y Woo le imitó. Cuando retomó la palabra, el americano ya estaba situado frente a él en posición de lucha—: ¿O es que no tienes más pañales que cambiar por hoy y estás aburrido?
—Ken'ichi está dormido y tengo un poco de tiempo libre, sólo eso.
—¿Por eso vienes a darme una paliza?
—¿Me tienes miedo, Woo?
—¡Ja! ¿Me tomas el pelo? ¿Quién no te tendría, grandullón?
—Mueve más las piernas y menos la lengua. ¿Recuerdas la defensa básica?
—Por mi bien, espero que sí.
—Entonces, prepárate.
La pelea nunca se alargaba demasiado y solía terminar como siempre: Woo con los costados magullados y Kazuki indemne, pero a ninguno parecía importarle demasiado. El ejercicio les ponía de buen humor; la sensación de cansancio (a veces, agotamiento) era, contra todo pronóstico, un chute de energía tan positivo que todos los problemas del día parecían aligerarse. Y también, por supuesto, aprovechaban esos momentos para estar juntos... Aunque eso implicara meterse el uno con el otro.
—Deberías venir más a menudo. Te estás oxidando, grandullón. —Cómo no, la bravuconería del coreano le había traído problemas en más de una ocasión. Por suerte, la paciencia del hombre y el conocimiento en profundidad que tenía de él hacía que no tuviera en cuenta semejantes sandeces.
—Si consiguiera tener una rutina como tú... —"¡eh, yo no tengo ninguna rutina!"— creo que a tus costillas no les gustaría demasiado. Tienes que aprender a protegerte los flancos.
Woo murmuró un "sí, sí" mientras se secaba el sudor de la frente, exclusivamente por darle la razón y poco más. Kazuki se aproximó y palpó con los dedos una de las zonas enrojecidas del cuerpo del chico. El coreano gruñó un poco.
—¿Te duele?
—No.
—¿Seguro?
—Sí, joder. ¿Por qué te pones tan pesado? Sé que no te has empleado a fondo; ¿quieres que además de haber perdido me sienta patético?
El mayor sonrió. Woo, por debajo de la toalla que apenas le cubría los ojos, también lo hizo.
—Pero Woo —llamó Kazuki. Y con un gesto medido le quitó la toalla de la cabeza y se la tiró a la cara—: Hiciera lo que hiciese, jamás conseguiría que te sintieras patético.
Desde debajo de la tela de algodón, el coreano dejó escapar una sentida carcajada.