Sombras
El crepitar del fuego comenzaba a
irritarle los ojos. Era noche cerrada y no había ni una sola luz que iluminara
el jardín trasero de Kaleidoscope. A pesar de todo, el calor que emanaba de
aquella fogata improvisada calmaba el frío que comenzaba a extenderse por sus
dedos; aquél día hacía un frío helador. Todos se habían acercado al fuego; unos
alargaban los dedos de las manos enfundados en guantes y otros simplemente se
arrebujaban en mantas que habían tomado prestadas de las habitaciones. Aquel día
parecía ser especial para todos, pero él simplemente estaba allí para observar.
Alrededor del fuego habían colocado las famosas sillas de playa y otros asientos sacados del salón. Por el suelo ya se dejaban ver algunas latas de cerveza y alguna colilla que tanto Jon como él mismo iban apagando en ceniceros improvisados. Frente a él, Tarja miraba fijamente las llamas; a su lado, encogido en un abrigo más grande que él bostezaba Pawnel, el más pequeño de todos. Junto a él, Didier hablaba con Jon sobre las últimas noticias de Nathan, quien había abandonado Kaleidoscope de forma repentina meses atrás.
—Hace dos semanas que no sé nada. Creo que sigue en Berlín. —Jon era la persona con la que más había hablado desde que llegó. Lev le consideraba lo más cercano a un amigo allí dentro, a pesar de considerar su sentido del humor excesivo. Con cierta dejadez el español cogió el botellín de cerveza y mientras bebía, dedicó una intensa mirada a Tarja.
Tarja. Si había una mujer que había trastocado sus planes sin duda era ella. Siempre tan callada y tan fría. Jamás había cruzado dos palabras con ella, ni siquiera para agradecerle todo lo que había hecho por él. La joven miró a Jon y negó con la cabeza. —Yo tampoco se nada. Y tampoco tengo mucho interés…
—Deberías llamarle… —Hellä todavía sentía cierto temor a entablar conversación con la finlandesa y eso Lev podía sentirlo a cien kilómetros de distancia. Sus manos siempre ocupadas mostraban su inseguridad, así como el ligero temblor de sus labios y de su voz. —Tiene que saber que estás bien.
Tarja suspiró y cruzó los brazos mientras hundía la barbilla en el cuello del abrigo negro. Cubría su cabeza con un gorrito de color rojo y sus manos con manoplas también negras. —Estoy bien, sí. Pero no quiero molestarle. Tal vez ha empezado una nueva vida.
—O… igual está esperando noticia tuya. —La voz de Paw apenas era perceptible, pero en aquel momento todos le miraron ante su intervención. Sólo Jon negó con la cabeza y volvió a beber.
—¿Por qué no? —preguntó Kouji, quien al lado de Hellä había pasado inadvertido hasta el momento. El brazo corpulento del japonés rodeaba los estrechos hombros de la alemana, quien miró durante breves momentos a Tarja. Ésta apenas había prestado atención a los comentarios de sus nuevos amigos.
—Nathan vendrá cuando él quiera. —Sentenció Jon, mirando a sus compañeros.
El silencio incómodo provocó movimientos en las sillas, pues todos tenían en su mente a Nathan menos él mismo, que no había llegado a tiempo de conocerle. Intentando romper el hielo, cogió una cerveza y la tendió a Kouji. Éste sonrió y con un leve movimiento de cabeza a modo de agradecimiento cogió el botellín.
—¿Y qué hay de ti? —la pregunta le llegó como un cubo de agua fría por parte del francés. Didier —o Didi como era conocido por allí— era la persona a la que menos quería enfrentarse allí. La pregunta suscitó el interés de todos, incluida Tarja; sus miradas se clavaron en Lev.
—Qué quieres saber. —Su seca contestación hizo reaccionar a Didier, quien sonrió y se cruzó de brazos mientras se reclinaba sobre la silla de playa, que emitió un ligero chirrido desagradable.
—Déjale en paz, Didi… —Tarja miró de reojo a su amigo francés y luego a Lev.
—No quiero. ¿Por qué estás aquí?
Hellä miró al resto frunciendo el ceño, pero al igual que Kouji y Paw no pudo evitar dirigir su mirada hacia el nuevo inquilino de Kaleidoscope. Lev era mayor, más que aquellos adolescentes; su cuerpo era ancho, bien moldeado y con una fuerte musculatura. Su altura podría doblar la de Pawnel si se colocaba erguido. Pero en aquel momento su rostro no podía trasmitir ningún tipo de fortaleza.
—Todos estamos aquí por una razón. —argumentó Pawnel, que con sus comentarios pretendía encontrarse a gusto en aquel grupo.
—Pou tiene razón. —asintió Didier, volviendo la vista al checheno, que le dirigió una mirada llena de desprecio por volver a equivocar su nombre. “Es Paw…” pensó para sí mismo.
Lev se incorporó sobre la silla y sacó las manos de los bolsillos de su abrigo. —Simplemente… estaba en un callejón sin salida. —volvió a echarse hacia atrás y cruzó de nuevo los brazos en un gesto claro de rechazo. Odiaba hablar de sí mismo.
—Espero que encuentres tu camino, entonces… —añadió Hellä, sonriendo con sinceridad al ruso. Lev se había fijado en ella. Siempre tan correcta, siempre tan pura. Durante los primeros días había pensado que se había topado con una novicia; hasta que los besos furtivos con Kouji le hicieron cambiar de opinión.
—¿Ya estás recuperado de la pelea? —Jon se giró hacia su acompañante y le acercó el cigarro que compartían.
—Sí, gracias. Estoy mejor. —Sin poder evitarlo una mirada furtiva se desvió hacia Tarja, que para su sorpresa también le miró. Mientras daba una larga calada, ella sonrió.
—Llegaste hecho un cuadro. ¿Quién te quiere tan mal? —Didier, más interesado en aumentar la lista de trapos sucios, no pareció reparar en el malestar que le producía al ruso.
—Gente que consideraba amiga. —Con otra calada más terminó el cigarro y lo lanzó al fuego, todavía vivo. No estaba seguro de si lo que iba a hacer traería mayores consecuencias a aquella animada velada, pero sin pensar en ello se levantó la ropa superior con ambas manos para enseñar en su abdomen el tatuaje que le había acompañado desde que cumpliera los diecisiete años.
De sus rostros solo dos parecieron reconocer aquella marca. Jon, a su lado, abrió repentinamente los ojos; su rostro se retorció como si fuese a vomitar. Paw, por el contrario, tumbó la silla al incorporarse de golpe. Todos dirigieron las miradas hacia el joven, quien aterrorizado salió corriendo en dirección al hogar desapareciendo de la vista de todos.
Lev se volvió a tapar y miró a Tarja. —¿Qué ocurre?
—Es un bicho raro. ¡A saber! —contestó Didier, quien cogió la silla que había dejado vacante Pawnel y apoyó los pies encima con inusitada dejadez.
—Tal vez debería ir…
—Mejor vamos nosotros. Además, es tarde. —Kouji y Hellä se incorporaron a la vez.
—Tío, eres de una banda… —Jon, que todavía tenía un regusto amargo en la boca después de haber visto aquel tatuaje, se inclinó hacia Lev. —Paw jamás podrá estar en la misma habitación que tú.
Lev suspiró y sacó su paquete de tabaco. Sólo le quedaba uno. Lo encendió y dando un resoplido cerró los ojos mientras aspiraba el humo. Tal vez debería haberse quedado en aquella acera, muriéndose; rodeado de su propia sangre y de orín ajeno.
Es lo que se merecía.
***
Horas después comenzó a despuntar el alba. El cielo se tornó rosado y el firmamento le dedicó su mejor espectáculo. Hacía años que no lograba conciliar el sueño, pero aquel día ni siquiera había podido levantarse de aquella silla de playa desvencijada para encaminarse a su cama. Todos se habían marchado pero él había permanecido allí hasta que las últimas ascuas de la hoguera se habían extinguido. El frío de la noche había entumecido sus huesos y el rocío cubría de una fina pátina el abrigo negro con el que se refugiaba.
En una de las ventanas un círculo de vaho se formaba en el cristal provocado por el aliento del joven checheno, quien durante horas había observado con temor al nuevo inquilino. Lev, quien podría haber sido el causante de uno de los mayores sufrimientos de su vida. Y de pronto, como si hubiese escuchado sus pensamientos, el ruso se giró y el vaho le delató.
Alrededor del fuego habían colocado las famosas sillas de playa y otros asientos sacados del salón. Por el suelo ya se dejaban ver algunas latas de cerveza y alguna colilla que tanto Jon como él mismo iban apagando en ceniceros improvisados. Frente a él, Tarja miraba fijamente las llamas; a su lado, encogido en un abrigo más grande que él bostezaba Pawnel, el más pequeño de todos. Junto a él, Didier hablaba con Jon sobre las últimas noticias de Nathan, quien había abandonado Kaleidoscope de forma repentina meses atrás.
—Hace dos semanas que no sé nada. Creo que sigue en Berlín. —Jon era la persona con la que más había hablado desde que llegó. Lev le consideraba lo más cercano a un amigo allí dentro, a pesar de considerar su sentido del humor excesivo. Con cierta dejadez el español cogió el botellín de cerveza y mientras bebía, dedicó una intensa mirada a Tarja.
Tarja. Si había una mujer que había trastocado sus planes sin duda era ella. Siempre tan callada y tan fría. Jamás había cruzado dos palabras con ella, ni siquiera para agradecerle todo lo que había hecho por él. La joven miró a Jon y negó con la cabeza. —Yo tampoco se nada. Y tampoco tengo mucho interés…
—Deberías llamarle… —Hellä todavía sentía cierto temor a entablar conversación con la finlandesa y eso Lev podía sentirlo a cien kilómetros de distancia. Sus manos siempre ocupadas mostraban su inseguridad, así como el ligero temblor de sus labios y de su voz. —Tiene que saber que estás bien.
Tarja suspiró y cruzó los brazos mientras hundía la barbilla en el cuello del abrigo negro. Cubría su cabeza con un gorrito de color rojo y sus manos con manoplas también negras. —Estoy bien, sí. Pero no quiero molestarle. Tal vez ha empezado una nueva vida.
—O… igual está esperando noticia tuya. —La voz de Paw apenas era perceptible, pero en aquel momento todos le miraron ante su intervención. Sólo Jon negó con la cabeza y volvió a beber.
—¿Por qué no? —preguntó Kouji, quien al lado de Hellä había pasado inadvertido hasta el momento. El brazo corpulento del japonés rodeaba los estrechos hombros de la alemana, quien miró durante breves momentos a Tarja. Ésta apenas había prestado atención a los comentarios de sus nuevos amigos.
—Nathan vendrá cuando él quiera. —Sentenció Jon, mirando a sus compañeros.
El silencio incómodo provocó movimientos en las sillas, pues todos tenían en su mente a Nathan menos él mismo, que no había llegado a tiempo de conocerle. Intentando romper el hielo, cogió una cerveza y la tendió a Kouji. Éste sonrió y con un leve movimiento de cabeza a modo de agradecimiento cogió el botellín.
—¿Y qué hay de ti? —la pregunta le llegó como un cubo de agua fría por parte del francés. Didier —o Didi como era conocido por allí— era la persona a la que menos quería enfrentarse allí. La pregunta suscitó el interés de todos, incluida Tarja; sus miradas se clavaron en Lev.
—Qué quieres saber. —Su seca contestación hizo reaccionar a Didier, quien sonrió y se cruzó de brazos mientras se reclinaba sobre la silla de playa, que emitió un ligero chirrido desagradable.
—Déjale en paz, Didi… —Tarja miró de reojo a su amigo francés y luego a Lev.
—No quiero. ¿Por qué estás aquí?
Hellä miró al resto frunciendo el ceño, pero al igual que Kouji y Paw no pudo evitar dirigir su mirada hacia el nuevo inquilino de Kaleidoscope. Lev era mayor, más que aquellos adolescentes; su cuerpo era ancho, bien moldeado y con una fuerte musculatura. Su altura podría doblar la de Pawnel si se colocaba erguido. Pero en aquel momento su rostro no podía trasmitir ningún tipo de fortaleza.
—Todos estamos aquí por una razón. —argumentó Pawnel, que con sus comentarios pretendía encontrarse a gusto en aquel grupo.
—Pou tiene razón. —asintió Didier, volviendo la vista al checheno, que le dirigió una mirada llena de desprecio por volver a equivocar su nombre. “Es Paw…” pensó para sí mismo.
Lev se incorporó sobre la silla y sacó las manos de los bolsillos de su abrigo. —Simplemente… estaba en un callejón sin salida. —volvió a echarse hacia atrás y cruzó de nuevo los brazos en un gesto claro de rechazo. Odiaba hablar de sí mismo.
—Espero que encuentres tu camino, entonces… —añadió Hellä, sonriendo con sinceridad al ruso. Lev se había fijado en ella. Siempre tan correcta, siempre tan pura. Durante los primeros días había pensado que se había topado con una novicia; hasta que los besos furtivos con Kouji le hicieron cambiar de opinión.
—¿Ya estás recuperado de la pelea? —Jon se giró hacia su acompañante y le acercó el cigarro que compartían.
—Sí, gracias. Estoy mejor. —Sin poder evitarlo una mirada furtiva se desvió hacia Tarja, que para su sorpresa también le miró. Mientras daba una larga calada, ella sonrió.
—Llegaste hecho un cuadro. ¿Quién te quiere tan mal? —Didier, más interesado en aumentar la lista de trapos sucios, no pareció reparar en el malestar que le producía al ruso.
—Gente que consideraba amiga. —Con otra calada más terminó el cigarro y lo lanzó al fuego, todavía vivo. No estaba seguro de si lo que iba a hacer traería mayores consecuencias a aquella animada velada, pero sin pensar en ello se levantó la ropa superior con ambas manos para enseñar en su abdomen el tatuaje que le había acompañado desde que cumpliera los diecisiete años.
De sus rostros solo dos parecieron reconocer aquella marca. Jon, a su lado, abrió repentinamente los ojos; su rostro se retorció como si fuese a vomitar. Paw, por el contrario, tumbó la silla al incorporarse de golpe. Todos dirigieron las miradas hacia el joven, quien aterrorizado salió corriendo en dirección al hogar desapareciendo de la vista de todos.
Lev se volvió a tapar y miró a Tarja. —¿Qué ocurre?
—Es un bicho raro. ¡A saber! —contestó Didier, quien cogió la silla que había dejado vacante Pawnel y apoyó los pies encima con inusitada dejadez.
—Tal vez debería ir…
—Mejor vamos nosotros. Además, es tarde. —Kouji y Hellä se incorporaron a la vez.
—Tío, eres de una banda… —Jon, que todavía tenía un regusto amargo en la boca después de haber visto aquel tatuaje, se inclinó hacia Lev. —Paw jamás podrá estar en la misma habitación que tú.
Lev suspiró y sacó su paquete de tabaco. Sólo le quedaba uno. Lo encendió y dando un resoplido cerró los ojos mientras aspiraba el humo. Tal vez debería haberse quedado en aquella acera, muriéndose; rodeado de su propia sangre y de orín ajeno.
Es lo que se merecía.
***
Horas después comenzó a despuntar el alba. El cielo se tornó rosado y el firmamento le dedicó su mejor espectáculo. Hacía años que no lograba conciliar el sueño, pero aquel día ni siquiera había podido levantarse de aquella silla de playa desvencijada para encaminarse a su cama. Todos se habían marchado pero él había permanecido allí hasta que las últimas ascuas de la hoguera se habían extinguido. El frío de la noche había entumecido sus huesos y el rocío cubría de una fina pátina el abrigo negro con el que se refugiaba.
En una de las ventanas un círculo de vaho se formaba en el cristal provocado por el aliento del joven checheno, quien durante horas había observado con temor al nuevo inquilino. Lev, quien podría haber sido el causante de uno de los mayores sufrimientos de su vida. Y de pronto, como si hubiese escuchado sus pensamientos, el ruso se giró y el vaho le delató.