Tarde de domingo
Todo ha empezado como una apuesta. Vamos a ver cuánto nos dura esto encendido, chicos. Vanya ha estado estudiando la respiración por enésima vez en su carrera y todo se ha precipitado desde entonces. Inspiración, espiración, inspiración... ¡Más profundo, princesa! La habitación está llena de humo.
El ambiente es casi irrespirable pero ellos lo respiran con fruición. De hecho, no dejan escapar ni una voluta de ese humo enfermizo y hasta parecen disfrutar del veneno del hachís. Hace tiempo que Ginis guarda silencio, que Vanya mira al suelo porque la cabeza le late con cosas que no deberían estar ahí y que Woo ríe sin razón aparente, mientras se estira en el suelo cuan largo es y joder, sí, soy el más alto de los tres, así que necesito espacio para tocarlos a los dos. Para mantener contacto físico. ¿Y qué? Ya sabéis que esta mierda me pone cariñoso.
Es domingo y si algo tienen en común es que odian los domingos. El domingo precede al lunes y el lunes es el principio de la semana laboral. Vanya lo odia por ser el día más duro de todos; Woo lo odia porque el condenado, endemoniado, mierdoso frío cala hasta los huesos en pleno invierno y él se ve obligado a coger la moto si consigue arrancarla. Ojalá se le haya congelado el motor a esa mierda que tenemos en el jardín. Pues bien que te gusta. ¿Y a quién no, tío? ¿La has sentido entre las piernas? Si la montaras todos los días, te enamorarías de ella. Ginis lo odia... No; en realidad Ginis no odia nada. Para él, lunes, martes o viernes significan lo mismo.
--Eh, pásamelo.
--Espera... Una calada más.
--¡Mira el que no quería empezar! ¡Joder, luego no va a haber quien te levante!
--¿Quién ha dicho que quiera levantarme?
--Hmm... ¿Es una de tus proposiciones indirectas, princesa?
Ginis mira la pared. Necesita una mano de pintura pero sólo él lo ve. Siente los pulmones ardiendo y la conversación insustancial de sus compañeros de piso no le atrae demasiado. No; no le atrae en absoluto. ¿Por qué no os calláis? Oh, Ícaro, tu falta de tacto es conmovedora. Me alegro. Ahora, cállate.
--Eh, Ícaro, parece que nuestra princesa se está rebelando otra vez.
--Hmm... Castígala.
--¡Ja! Ya lo has oído, Vanya. Hoy te toca castigo.
--Porque tú lo digas.
--Si en el fondo te gusta; asúmelo.
--Vete a la mierda, Woo. Y no te acerques a mí. Me pones nervioso.
--Te pongo, simplemente.
--Que te apartes.
Otra vez lo mismo, en un bucle infinito. Son jóvenes, están aburridos, están fumando porros y qué demonios, aún es domingo y tienen todo el tiempo del mundo. O todo el tiempo que puede dar una tarde tediosa de domingo.
--Te apesta el aliento.
--Espero que lo que huelas sea esta puta mierda y no a manzana, o cosas así. ¿Qué fue lo que nos dijiste hace poco, princesa?
--¿Sobre el aliento con olor a manzana?
--Y el sudor con olor a manzana y... ¡Eh! Si me hago una...
--No. No olería a manzana. Y ahora cállate, ¿quieres?
Es sencillo hablar así, sin hablar de nada. El hachís evapora sus preocupaciones porque también evapora sus mentes. Escuchan, ríen, hablan, vuelven a reír, alguna vez lloran y vuelta a empezar. Es un ritual que, a su pesar, se ha instalado todos los días de final de semana. Algunos más productivos que otros.
--Ícaro, estás en éxtasis. Anda, ¿por qué no nos lees algo? Me gusta el sonido de tu voz.
--Sí, claro. “Los dos hijos de Iván el soldado”, no te jode... (*)
--Princesa, no seas así. Ginis es hipnótico cuando lee. Y cuando habla, y cuando mira. Ginis es jodidamente hipnótico.
--Pero es que no le apetece; ¿no lo ves? Está en su mundo. Como siempre.
--Hablas como si no estuviera presente.
--¿Acaso lo está?
--No sé. ¿Le preguntamos?
--Pregúntale tú.
Risas. Por nada. La verdad es que ni el propio Ginis sabe si está ya en esa habitación. Los pulmones le arden. Finge escuchar sin escuchar. Y sí; los pulmones le arden.
--¿Abrimos las ventanas?
Su voz es un susurro, ronca, desde dentro. Hay algo jodido y extremadamente follable sensual en la manera que tiene de pronunciar “abrimos” y “ventana”. Hay que joderse.
--¿Quieres que nos congelemos?
--El ambiente está un poco cargado, ¿no?
--¿Y qué esperabas? Es hachís, no ambientador para el coche.
--Qué mariconada.
--¿El hachís?
--No, capullo. El ambientador.
Es inútil. No se puede mantener una conversación coherente. Ginis se levanta y se acerca a la ventana. Apoya la frente en el cristal. Está frío.
--¿Estás mareado, Ícaro?
--No.
--Lo parece.
--No.
--Pues yo creo que sí.
--Pues no.
--Entonces, ¿por qué quieres abrir la ventana?
--¿Por qué siempre hablamos de ventanas?
--¿Lo hacemos?
--¿El qué?
--¡Joder, princesa! ¿Qué va a ser?
Y más risas. Incluso Ginis se ríe. Es absurdo. Tan increíblemente absurdo que es relajante. Ese ritual de drogas, alcohol, sexo desenfrenado, risas incontroladas, insultos gratuitos y algún que otro puntapié ha pasado a ser sagrado. Benditos domingos. Después de todo, ninguno de los tres los odian tanto como dicen.
El ambiente es casi irrespirable pero ellos lo respiran con fruición. De hecho, no dejan escapar ni una voluta de ese humo enfermizo y hasta parecen disfrutar del veneno del hachís. Hace tiempo que Ginis guarda silencio, que Vanya mira al suelo porque la cabeza le late con cosas que no deberían estar ahí y que Woo ríe sin razón aparente, mientras se estira en el suelo cuan largo es y joder, sí, soy el más alto de los tres, así que necesito espacio para tocarlos a los dos. Para mantener contacto físico. ¿Y qué? Ya sabéis que esta mierda me pone cariñoso.
Es domingo y si algo tienen en común es que odian los domingos. El domingo precede al lunes y el lunes es el principio de la semana laboral. Vanya lo odia por ser el día más duro de todos; Woo lo odia porque el condenado, endemoniado, mierdoso frío cala hasta los huesos en pleno invierno y él se ve obligado a coger la moto si consigue arrancarla. Ojalá se le haya congelado el motor a esa mierda que tenemos en el jardín. Pues bien que te gusta. ¿Y a quién no, tío? ¿La has sentido entre las piernas? Si la montaras todos los días, te enamorarías de ella. Ginis lo odia... No; en realidad Ginis no odia nada. Para él, lunes, martes o viernes significan lo mismo.
--Eh, pásamelo.
--Espera... Una calada más.
--¡Mira el que no quería empezar! ¡Joder, luego no va a haber quien te levante!
--¿Quién ha dicho que quiera levantarme?
--Hmm... ¿Es una de tus proposiciones indirectas, princesa?
Ginis mira la pared. Necesita una mano de pintura pero sólo él lo ve. Siente los pulmones ardiendo y la conversación insustancial de sus compañeros de piso no le atrae demasiado. No; no le atrae en absoluto. ¿Por qué no os calláis? Oh, Ícaro, tu falta de tacto es conmovedora. Me alegro. Ahora, cállate.
--Eh, Ícaro, parece que nuestra princesa se está rebelando otra vez.
--Hmm... Castígala.
--¡Ja! Ya lo has oído, Vanya. Hoy te toca castigo.
--Porque tú lo digas.
--Si en el fondo te gusta; asúmelo.
--Vete a la mierda, Woo. Y no te acerques a mí. Me pones nervioso.
--Te pongo, simplemente.
--Que te apartes.
Otra vez lo mismo, en un bucle infinito. Son jóvenes, están aburridos, están fumando porros y qué demonios, aún es domingo y tienen todo el tiempo del mundo. O todo el tiempo que puede dar una tarde tediosa de domingo.
--Te apesta el aliento.
--Espero que lo que huelas sea esta puta mierda y no a manzana, o cosas así. ¿Qué fue lo que nos dijiste hace poco, princesa?
--¿Sobre el aliento con olor a manzana?
--Y el sudor con olor a manzana y... ¡Eh! Si me hago una...
--No. No olería a manzana. Y ahora cállate, ¿quieres?
Es sencillo hablar así, sin hablar de nada. El hachís evapora sus preocupaciones porque también evapora sus mentes. Escuchan, ríen, hablan, vuelven a reír, alguna vez lloran y vuelta a empezar. Es un ritual que, a su pesar, se ha instalado todos los días de final de semana. Algunos más productivos que otros.
--Ícaro, estás en éxtasis. Anda, ¿por qué no nos lees algo? Me gusta el sonido de tu voz.
--Sí, claro. “Los dos hijos de Iván el soldado”, no te jode... (*)
--Princesa, no seas así. Ginis es hipnótico cuando lee. Y cuando habla, y cuando mira. Ginis es jodidamente hipnótico.
--Pero es que no le apetece; ¿no lo ves? Está en su mundo. Como siempre.
--Hablas como si no estuviera presente.
--¿Acaso lo está?
--No sé. ¿Le preguntamos?
--Pregúntale tú.
Risas. Por nada. La verdad es que ni el propio Ginis sabe si está ya en esa habitación. Los pulmones le arden. Finge escuchar sin escuchar. Y sí; los pulmones le arden.
--¿Abrimos las ventanas?
Su voz es un susurro, ronca, desde dentro. Hay algo jodido y extremadamente follable sensual en la manera que tiene de pronunciar “abrimos” y “ventana”. Hay que joderse.
--¿Quieres que nos congelemos?
--El ambiente está un poco cargado, ¿no?
--¿Y qué esperabas? Es hachís, no ambientador para el coche.
--Qué mariconada.
--¿El hachís?
--No, capullo. El ambientador.
Es inútil. No se puede mantener una conversación coherente. Ginis se levanta y se acerca a la ventana. Apoya la frente en el cristal. Está frío.
--¿Estás mareado, Ícaro?
--No.
--Lo parece.
--No.
--Pues yo creo que sí.
--Pues no.
--Entonces, ¿por qué quieres abrir la ventana?
--¿Por qué siempre hablamos de ventanas?
--¿Lo hacemos?
--¿El qué?
--¡Joder, princesa! ¿Qué va a ser?
Y más risas. Incluso Ginis se ríe. Es absurdo. Tan increíblemente absurdo que es relajante. Ese ritual de drogas, alcohol, sexo desenfrenado, risas incontroladas, insultos gratuitos y algún que otro puntapié ha pasado a ser sagrado. Benditos domingos. Después de todo, ninguno de los tres los odian tanto como dicen.